¿Qué decir y no decir en el velorio, el sepelio o durante el duelo?

Hoy pienso que sería tan útil que existiera como un protocolo sobre qué decir y qué no durante el velorio. Pues lejos de brindar consuelo, existen frases cliché, que confunden o duelen más. Reconozco que no es nada fácil lidiar con el dolor ajeno y todo lo que se dice y se hace es con la mejor de las intenciones.

Tantas cosas escuché en el velorio de mi pequeña que también fueron motivación para que me animara a escribir estas recomendaciones. Como me dijo una amiga: Debería existir un manual para el evento luctuoso o ante una persona que sufrió la pérdida de un ser querido.

Comparto algunas frases que comúnmente se dicen o me dijeron fueron:

Debes de ser fuerte por tus hijas. ¿Cómo demostrar fortaleza a mis hijas, si en ese momento mi mundo se derrumbó? Debo mostrarles la realidad: Que su mamá estaba destrozada por la muerte de su hermanita y ellas también estaban sumidas en el dolor.

Otras frases como:…

Debes hacer un esfuerzo: Ya hice suficiente esfuerzo, al prepararme, vestirme, peinarme para asistir al velorio de mi hija, fue un esfuerzo titánico, era como tener en cada pierna pesas de 1000 kilos.

Todo va a estar bien: No es cierto. No todo va a estar bien. Nada estuvo bien después de ese día. Nada, absolutamente nada fue igual, todo cambió.

Fue elegida por Dios. Dios la quería para que fuera un ángel: Qué frase más cruel. Qué lejos de conseguir la “resignación cristiana”. Lo único que hace es alimentar el enojo contra Dios, lo que me sucedió, no lo voy a negar. Me enojé, y mucho. Después llegó la reconciliación. Entendí en este camino que Dios no castiga, Dios es amor. Creo en la existencia de una ley natural (los accidentes ocurren). Creo en el libre albedrío de los hombres. Uno elige dañar o no al otro, creo en el destino, que las cosas pasan porque tienen que pasar y que la vida no va eligiendo entre buenos y malos.

Lo que puedo decir es que ante la vulnerabilidad que nos produce la muerte, no podemos encontrarle una explicación de otra manera, atribuyéndole a Dios cualquier evento. Muchas veces no existen respuestas y lo más sano para mí, es trascender a la pregunta ¿Por qué sucedió? y reformular la pregunta, a ¿Qué puedo hacer ahora que sucedió?

Es muy duro estar enojada con Dios, porque es reconocer su existencia, pero negar su amor. Cuesta y mucho. Es otra tarea difícil que pone el duelo. En otro capítulo, El enojo hacia Dios, les hablaré al respecto.

Siguiendo con las “frases” hechas, continúo con otras que recuerdo…

Estoy aquí para lo que necesiten: Esta frase es muy delicada. Sé que lo dicen con las mejores intenciones, con cariño y estima. Pero es difícil poder acompañar a una persona que está atravesando un duelo. A veces el propio doliente se aleja no quiere compartir con nadie, y otras veces los demás se alejan porque es también incómodo y tedioso tener que lidiar con el dolor ajeno. Se entiende (bueno en realidad confieso que después entendí, al principio también me dolió y me enojó) sentir el alejamiento de ciertas personas, o que dejaran de insistir ante la negativa de ir a un encuentro, o reunión. Tal vez piensen que molestan, porque el doliente no responde o lo hace con evasivas. Es que en serio hay días que no hay otra opción que quedarse inmóvil en la cama. Insistan, saber que realmente están pendientes también ayuda.

No llores, por favor: También me lo dijeron. Sé que lo hicieron porque ver a una persona llorar desesperadamente, como yo lo hice, es muy desagradable y más aún si siente estima. Déjenlo llorar, si y si quieren llorar con ellos háganlo también, no se contengan. Sé que duele y mucho ver sufrir al otro y más aún si es parte de nuestros afectos. Pero llorar hace bien, créanme. Las lágrimas, los sollozos alivian, calman, tranquilizan. Hacen un efecto desinfectante sobre las heridas del corazón y del alma. Es la manera más sublime de liberar emociones. Dejen que lloren y si quieren lloren con ellos.

Otra situación bastante molesta, aunque durante el evento no lo pude identificar así, por el shock en el que estaba son las preguntas que eran reiterativas, como ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? ¿Qué sucedió? Sé que si surgieron fue porque verdaderamente estaban consternados, y trataban de encontrar una explicación ante el suceso. Pero en serio no ayuda, porque es repetir una y otra vez el evento luctuoso. Es como atravesar una y mil veces sobre un camino lleno de filosas cuchillas con los pies descalzos. Por favor, traten de evitar hacer esas preguntas a los dolientes directos, tal vez puedan hacerla a otra persona cercana, o pregunten cuando los mismos estén listos para responder. O lo mejor sería preguntar si quiere hablar sobre lo que pasó. Recuerdo que una persona me lo preguntó así, si quería hablar al respecto, y sentí que me pidieron permiso para tocar mi herida.

Esto que expongo no es de ninguna manera ningún reproche, lo hago con mucho respeto; es como lo viví y lo sentí en ese momento. Hoy entiendo perfectamente, y espero con esto poder ayudar a los acompañantes de los dolientes.

Qué sí hacer y qué sí decir

Lo mejor que uno puede hacer para acompañar a alguien durante el velorio, sepelio, o durante el duelo, es su presencia. Si, su sola presencia. Un abrazo fuerte de esos que te quitan el aliento pero te restauran el alma. El prestar el hombro para que uno pueda recostarse y llorar todo lo que necesite. Eso es lo mejor. Los mensajes, por más que no sean respondidos, se leen y se aprecian, es solo que a veces el dolor es tan inmenso que paraliza, y nos deja en un letargo que parece eterno.

No tengo muchos recuerdos de lo que pasaba alrededor mío. Si se sentía el afecto y la consternación de todos, se sentía la preocupación de quienes nos acompañaban en ese momento.

Lo que recuerdo perfectamente, fueron las horas que pasé sentada al lado de su cabecita, frente mío mi esposo, Raúl y de vez en cuando, mis niñas a mi alrededor, o los amigos y la familia que llegaban a saludar.

Recuerdo rostros que hacía años no veía, que me emocionaron, porque se sentía el aprecio, y se compartían los mismos sentimientos. Parientes con quienes había perdido contacto, amigos que hacía como siglos no veía, pero con todos experimenté un profundo amor, el cual se fundía en cada abrazo. Si bien ese momento lo aprecié, hoy lo valoro más, pues es una sensación de satisfacción el sentirse querida.

Durante las siguientes horas me limité a cantarle. Si, a cantarle como lo hacía cada noche para que ella pudiera conciliar el sueño. Sabía que sería la última vez que lo haría, por eso canté sin interrupciones, hasta que la llevé hasta su última morada, en el panteón de mi familia.

Esa noche, como la anterior, no dormí. Estaba tan, pero tan confundida, como alguien que sufrió un accidente y aún no se recuperaba del impacto. Llegó el día finalmente en que la despedida era ineludible. Todo sucedió tan rápido, lo único que recuerdo es el ambiente lleno de consternación y a la vez amor. Si, de amor, porque hoy es así como lo percibo. Amor de toda mi familia, de mis amigos, conocidos, incluso de personas que no conocía. La empatía creo que se hizo presente en ese momento.

Creo que la conjunción de esas emociones, lo hizo posible ella. Sí, mi Dari. Es la explicación que encuentro, o quiero creer, que al final es lo mismo, ya que a mí me ayuda eso. Una situación que me conmovió profundamente fue la reacción de las personas que trabajaban en el salón velatorio, al momento de cerrar el cajón de mi pequeña, lo hicieron con lágrimas en los ojos.

Yo decidí acompañar el coche fúnebre, así como lo hice con mi papá, mi mamá y mi pequeña. Sabía que la llevaba, según mi cabeza y corazón, en el mejor lugar que podía en ese momento: Que descanse en paz, bajo el cuidado de mis padres. Ese fue un consuelo automático que sentí y que creo que nos ayudó a todos, imaginarla a Dari con ellos, quiénes en vida no la conocieron. Pues bien, ahora estarían juntos en la eternidad.

Llegamos al cementerio. Creo que se realizaron los ritos respectivos y fuimos a depositar su cuerpecito para que descanse finalmente. Recuerdo mucho silencio y también llantos. Las palabras de cariño, no sé si me dijeron otra cosa, es eso lo que recuerdo.

Ese día se iniciaba otra era en mi vida, un nuevo comienzo, ya sin la presencia física de mi bebé. Ahí se inició el verdadero camino angustioso de existir sin poder percibirla con mis sentidos. En la próxima publicación continuaré con esta historia de mi duelo, que en realidad, recién empezaba.

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