Segunda estación del duelo: El enojo, la rabia, el odio, el resentimiento…

Continuando con las estaciones por las que se pasa a lo largo de este camino del duelo, la siguiente, es la tan rezagada rabia. ¿Por qué le digo así? Porque es una estación en la que a veces nos sentimos cómodos. Pues ese odio o rabia hace que sintamos como un impulso, una fuerza, una falsa fortaleza. Además, esta es una de las más largas etapas porque surgen las peguntas, los famosos: ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi ser querido? Y lo único que hace es acrecentar el sufrimiento. Aquí también aparecen los tan insoportables hubiera… Hubiera hecho esto, lo otro, aquello… Como si fuéramos omnipotentes. Si realmente hubiéramos sabido el desenlace final, obviamente “hubiéramos” tomado otras decisiones.

En esta estación siempre estamos enojados, todo absolutamente todo nos enoja: Un día de sol, con buen clima, todo. Que la gente sonría, que hable, que no hable. Estamos insoportablemente irracionales, tanto que en un momento de cordura creemos que estamos por enloquecer. Ahí si se me generó un poco de ¿Por qué no hice esto? ¿Por qué no hice aquello? ¿Y si la hubiera llevado a otro lugar? ¿Si hubiéramos consultado en otro lado? Etc, etc, miles y miles de hubieras e ideas van surgiendo, que luego se van desarmando en la cabeza.

El enojo es terrible. Creo que es más despiadado que el dolor. Porque el enojo hace que sientas una rabia, incluso un odio, repito, irracional, por quien simplemente vive su vida, y tiene a todos sus hijos. O rabia, por quienes, según mi juicio de valor, no son buenos padres, como si fuera que alguien me nombró juez para evaluar dicha tarea.

Es espantoso el enojo. Trae consigo tantos pensamientos completamente absurdos que lo único que aporta es más sufrimiento donde el dolor ya está cómodamente instalado.

Cuanto más tiempo pasemos con esta emoción, más nos alejamos de nuestros afectos, de la gente que realmente se preocupa por nosotros. Es por eso que entiendo que muchas de esas personas se apartaron. Justamente aclaro como se siente para que entiendan o traten de entender y no se alejen de su amigo doliente. Porque solo no va a poder, y si bien su conducta insensata hace que se distancien, les pido paciencia, cuesta mucho sacudirse del enojo. Porque no es con los amigos, no es una cuestión personal, es el enojo con el mundo, con la vida, con Dios…

También molesta y bastante cuando las personas quieren indicar cómo debemos seguir nuestra vida. Si se vuelve a la rutina pues creen que volver a lo cotidiano ayuda. Pues no, no ayuda. ¿Por qué? Porque nada va a ser igual y todo acto, por más insignificante que sea, cuesta un montón. Por eso, por favor no le digan al doliente cómo seguir su vida, o qué debe hacer o qué es lo mejor.

Sé que lo hacen con la mejor de las intenciones de apoyo y contención, pero es todo lo contrario, solo incrementa el enojo, a todo y hacia todos.

Es más, hay recomendaciones que lejos de causar un bien, lo que hacen es aumentar el sentimiento de culpa. Si, también aparece la CULPA, y ya se hace difícil sobrevivir más aún con el dolor y el enojo. Tengan en cuenta a la hora de querer apoyar a un doliente: Por más de que piensen que esa hubiera sido la mejor manera de actuar, no lo digan, porque en realidad nadie sabe, cada situación es diferente y se siente y vive de manera distinta.

Mi recomendación también es para quien está pasando por el duelo. Hay que tratar de desarrollar como un parachoques que busque proteger de ciertos mensajes o consejos, que repito, sé que son con las mejores intenciones, pero no ayudan. La sola presencia, o el simple hecho de preguntar como amaneció uno, ir a ver si realmente necesita algo, es bastante, créanme que es mucho.

Aparte, les comento que el duelo deja al descubierto algunas cosas no resueltas o no definidas en nuestra vida y nos enfrentamos a ambos: al duelo y a esa situación que a veces es un duelo no resuelto. Es la oportunidad para vivirlo y soltarlo.

Estas emociones son válidas. No están mal sentirlas. Lo que está mal son las conductas negativas, y hasta agresivas que generan esas emociones. Como por ejemplo tratar mal a alguien que lo único que quiere es saber cómo están o verdaderamente está preocupado por uno.

El odio, el enojo, la rabia, son ácidos corrosivos que dañan más a quien los contiene que a los que están alrededor.

¿Cómo deshacerse de esas emociones? Pues el primer y gran paso es expresándolas, ya sea con llantos, gritos, y si quieren, también golpeando una almohada. Yo lo hice, lloré, grité, zapateé, me quedé exhausta luego de expresar todo eso que me estaba quemando. Otra manera de hacerlo es, rompiendo cosas, hojas por ejemplo, obviamente que ya no tengan uso, rómpanlas sacando toda esa rabia y una vez terminado, levanten toda esa basura que generaron y deposítenla donde corresponde, el basurero. Así debemos hacer con las emociones, sacarlas para liberarnos y no ser como un camión lleno de basura emocional.

No tengan miedo, ni vergüenza de experimentar sus emociones, y mucho menos de expresarlas. Sé que el odio, la rabia y el enojo no son emociones agradables de sentir. Busquen decir lo que sienten a alguien que los va a escuchar sin juzgar. Yo les puedo prestar esa oreja, puedo leerles, si me escriben, no estoy para emitir juicios, estoy para escuchar. Recuerden: Todas, absolutamente todas las emociones, se valen sentir en momentos difíciles. Lo que podemos controlar es lo que hagamos con ellas, o sea nuestros pensamientos y conductas.

En ese entonces se me instaló una frase en la mente, que me martillaba constantemente y que finalmente me hacía sentir culpable: “Dios le da pan a quien no tiene dientes”. Imagínense yo juzgando a los que según mi entender tenían lo que no se merecían. Obviamente es un estado como ya dije, de total irracionalidad. Pero para que tengan idea de cómo por no expresar lo que sentía, pensaba y eso a la vez repercutía en mi casi inexistente bienestar.

Lo único que conseguí con ese sentimiento fue traer a otra emoción no menos agradable como la envidia, si, tuve muchísima envidia ¿De quiénes? Se preguntarán. Pues en mi entonces trastornada inteligencia, toda persona que tenía a todos sus hijos, estuviera embarazada, o simplemente fuera feliz, la envidiaba. Era un cóctel andante de emociones amargas. En mi estadía por el enojo, no quería escuchar absolutamente nada, ni positivo ni negativo, me rehusaba a ser centro de atenciones.

Pensarán:

¡Que insoportable! Si, realmente hoy en conciencia les digo que sí era insoportable. Pero no es voluntario lo que uno siente y se sufre muchísimo. No en balde mucha gente estaba preocupada por mi situación matrimonial, que era otra de las cosas que me molestaba, porque les interesaba como yo estaba con Raúl. No veía como válida la preocupación, porque no podía dimensionar el tamaño de la nube negra que generaba “mi mala onda” sobre mi cabeza.

No les niego que tuvimos grandes desavenencias en esa época, en la cual se me cruzó por la cabeza que se vaya o irme, no sé. Repito todo, absolutamente lo que pensaba era irracional, pero estoy convencida que no solo el amor que le tenemos a Dari nos salvó como pareja, sino también el dolor que generó su muerte, al compartir ese dolor, lo hizo más llevadero. Se dice que las penas compartidas se dividen y fortalecen las relaciones y nosotros somos prueba de ello.

Hoy soy consciente que no era la única que sufría en mi duelo, estaban Raúl, mis hijas, mi familia, mis amigos, todos creo yo pasamos, tal vez sin darnos cuenta, por esta tediosa estación llamada enojo y experimentamos estas emociones que jugaban cruelmente con nosotros.

Desde la muerte de Dari volví a hacer terapia, mi gran tabla de salvación. Digo volví porque soy orgullosamente una estudiante de la vida, y cada obstáculo que se presenta es un examen que lo he ido superando gracias a las herramientas que me dio la terapia. Es por ello que les recomiendo desde lo más profundo de mi corazón, que hagan terapia si sienten la necesidad de hacerlo.

Después conocí a la tanatología que fue la mejor compañía en este duro camino del duelo, y ahí aprendí no solo la manera de sobrellevar las pérdidas, sino entendí nuevas formas de apreciar y vivir la vida. No puedo cambiar lo que me pasó, pero sí tengo el control de mi actitud ante lo que me pasó.

Cambié de pensamiento en vez de aferrarme a la idea de que la vida es injusta. La acepté tal como es. Las cosas simplemente pasan porque tienen que pasar. Ni Dios, ni la vida, ni el universo van eligiendo a quien le va a pasar tal o cual cosa.

Una de las frases que más me gusta de Viktor Frankl es: “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. No es fácil, pero les aseguro que no es imposible, y es más sano, y en verdad se siente bien. Ya no hay sufrimiento, solo a veces un poco de nostalgia de los momentos vividos con Dari, que finalmente son esos recuerdos los que me impulsan a seguir disfrutando del bien tan preciado que ella perdió, que es la vida.

Otra frase que me parece muy apropiada es la de Buda, que dice así: “La vida es como es y no como quisiéramos que fuera. Sin expectativas, ni apegos. Al soltar aprendemos”. Uff. Qué difícil vivir sin expectativas. Yo no entendía, pero estoy aprendiendo, sigo aprendiendo y eso me llena de entusiasmo. Yo prefiero decir vivir con esperanza, antes que con expectativas, porque soy consciente de que ninguna persona vino a este mundo a cumplir las expectativas de nadie. El hombre no es omnipotente, no tiene control de lo que pasa o de lo que va a ocurrir. Es por eso que lo mejor es soltar todo aquello que no está en nuestras manos solucionar. Lo que resiste siempre persiste.

Todas estas emociones de las que hablé, me generaron mucha culpa, la cual merece un capítulo aparte para entenderla y soltarla.

El enojo también me dejó como tarea colosal, la reconciliación con Dios, otro tema escabroso del que les voy a hablar próximamente.

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