Lo que implica la negociación con quienes hayan sido causantes del dolor desgarrador

Continuando con el relato de las estaciones del duelo, mientras atravesaba el enojo, donde retorné en varias ocasiones, llegué hasta la negociación. ¿Con quién negociaría? Pues justamente con quienes yo estaba más enojada: Con Dios, con la vida, con el universo; con quien haya sido el causante de este dolor desgarrador.

¿Y cuál era el objeto de negociación?, se preguntarán. Porque Dari no volvería de la muerte. Eso era imposible; pues esta negociación se centraba en el miedo. Si, para que desapareciera el miedo terrible que me invadía, miedo a que le ocurra algo a otras de mis hijas, o a Raúl, incluso a mí. Por un lado, está emoción desagradable trajo alivio a mis seres queridos, pues el saber que yo temía por mi vida, era sinónimo que no atentaría contra la misma, o por lo menos esos pensamientos aún no habían aparecido.

En cuanto comencé las negociaciones, los reproches contra Dios disminuyeron, claro, yo no quería causar ningún tipo de molestia, para que este no me causara más daño. Ese era mi pensamiento primario, que me perseguía todo el día. Durante las noches, pedía fervientemente que proteja a mi familia, y a mis seres queridos, que por favor no se lleve a nadie más, que nadie más sufra, y yo me comprometía a ser mejor persona, incluso a realizar cadenas de oraciones, ayunos ofrecidos a Dios o el rezo diario del rosario. Esto no es una crítica contra las personas que hacen estas cosas y las ofrecen a Dios. Yo lo hacía esperando algo, no porque lo necesitaba realmente o incluso porque creía, lo hacía con miedo, con terror, para prevenir otro tipo de tragedia.

El miedo que tenía era paralizador. Dejé de realizar varias actividades, incluso las cotidianas, no podía manejar, tenía miedo, sí, todo el tiempo pensaba en que iba a causar un accidente, que en cualquier momento algo ocurriría. Era extremadamente agotador.

Con la terapia entendí que al miedo lo podía combatir con fe, pero no con una fe religiosa, sino con fe a mí misma, en confiar en mí. En saber que hice, que hago y que haré lo mejor que puedo siempre y en las circunstancias en que me encuentre. Entender que las cosas no ocurren para que yo aprenda algo, la vida no es así de cruel, simplemente pasan, y a veces son situaciones buenas y otras malas. Está en mí tomar el aprendizaje significativo, no de lo ocurrido, sino de la actitud que tomé ante estas situaciones, sean buenas o malas.

Al tomar conciencia de eso, pude también dejar de tratar de sobornar a Dios. Porque en ese tiempo todo, absolutamente todo lo que hacía, era negociar para obtener un poco de paz, sin darme cuenta que ese acto contribuía con el crecimiento de lo que me martirizaba, el miedo. Tanto incidía en mi vida que me sugestione, a tal punto que estaba convencida de que si no rezaba en las noche no dormiría bien, obviamente como estaba predispuesta, así ocurría.

El miedo alojado cómodamente, junto al dolor, hace que uno se encuentre en un estado de letargo eterno. Aquí se torna hasta peligroso, porque tal es la sugestión que uno puede hacerse que termina dañándose o lastimando a los demás. Digo lastimándose porque el cuerpo se enferma al revelarse ante esta emoción tan desalmada. Y el daño a los demás se refleja en los actos irracionales o la preocupación excesiva. No quería que ninguno de mis afectos salga o traten de reanudar sus actividades. Con todo esto lo único que generé fue más preocupación y miedo de ellos hacia mi persona. Vivía en un estado de paranoia constante. Horrible simplemente, digo vivía, me corrijo existía, porque eso no es vivir, no podía ver más allá de mi miedo.

Finalmente, cuando comprendí que no podía quedar tiesa como una estatua, que la vida es movimiento constante, admití que necesitaba ayuda, que debía apoyarme en mi círculo íntimo de amor, ya que mi cabeza y mi visión estaban hundidas en una niebla espesa que no me dejaba mirar más allá de mi nariz. Necesitaba una luz que me alumbre el camino a seguir. Me centraba únicamente en lo que me faltaba y no podía extender la mirada sobre todo lo que tenía a mi alrededor, mi familia, amigos y el amor que Dari me legó.

Me ayudó mucho además de la terapia,  el estudio de la Tanatología (que también podría ser considerada como una terapia de acompañamiento) y  un libro, el cual lo recomiendo, súper práctico, llenos de ejercicios mentales y espirituales, se llama “Soluciones prácticas”, del Dr. Bernardo Stamateas.

En el capítulo ocho hace referencia a “Mi peor fantasía” y dice en un parte: “El temor frente a un peligro real es un miedo fundamentado, tiene un correlato con la realidad, se pone en marcha para alertarnos de una amenaza y es una señal positiva. En cambio, el temor frente a algo imaginario es negativo e irracional… Este tipo de temor se va depositando en varios sitios, y contamina nuestra personalidad, la altera y termina por apoderarse de nosotros. Por eso es fundamental administrar el miedo, y no a superarlo, como muchos creen”. Más que acertadas sus afirmaciones.

El ejercicio reza así: “Pensá en un miedo particular o una situación que te preocupa demasiado. Ahora, tomate diez minutos para pensar o imaginar qué es lo peor que podría suceder. Obviamente imaginarnos lo peor genera malestar, pero tenemos que hacer el esfuerzo de soportarlo. Una vez realizado esto, tomate diez minutos para pensar qué podrías hacer frente a eso tan malo, qué sucedería, qué perderías, qué ganarías, etc. Y aunque no lo puedas resolver, permitite enfrentar tus miedos. Esa es la manera para que dejen de tener poder sobre vos. Como dijo Marie Langer: “Cuando expresamos lo que tenemos, deja de ser peligroso”. Hacé este ejercicio cinco minutos de una manera segura, en un lugar aislado. Cuando termines, podés lavarte la cara y continuar con tu trabajo”.

El ejercicio lo hice durante una semana y realmente me ayudó mucho, a tomar conciencia de que debo expresar todo lo que me pesa, me domina, y ante lo que no tengo control. Que solo puedo controlar mis pensamientos y mi conducta ante cualquier circunstancia.

Este material de lectura lo recomiendo, porque no solo sirve en situaciones de duelo, sino ante cualquier crisis. Es un gran instrumento para el descubrimiento de nuestro potencial y para valorar la vida en toda su dimensión.

También me ayudó la incorporación de ciertos principios que aprendí con la Tanatología, los cuales me repetía a diario, y son:

*) No hay nada que yo pueda hacer para cambiar el resultado de las cosas

*) No hay nada que yo pueda hacer para revertir el tiempo y hacer algo para que esto no haya pasado. Aceptar el destino, el cual de ninguna manera hubiera cambiado.

Otra cosa importante es mantener el orden exterior, pues así ayuda a ordenarnos interiormente. Es difícil querer ordenar u organizar la casa en los momentos de duelo, pero con ayuda, se puede lograr, y así se ordena un poco la cabeza.

Espero que puedan acceder al libro que les mencioné y puedan incluir estos principios a sus vidas, los ayudará a seguir, siempre honrando la memoria de quienes hoy habitan nuestros corazones.

En el próximo artículo, les hablaré de la estación más peligrosa, la depresión y de las emociones que generan su aparición.

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