Acepté iniciar el viaje por el camino del duelo. Era inevitable, pues cada día que posponía comenzar el recorrido, más pesado se hacía el dolor. Para esa travesía cargué una mochila gigante, donde el mayor espacio fue ocupado por el dolor, también estaban el enojo, la rabia, las culpas, la tristeza, los miedos y los resentimientos contra todo lo que estaba a mi alrededor. Ya había hablado de esas emociones que me acompañaron durante varias estaciones, y cómo las pude desempacar para lograr un equipaje más liviano y hacer el recorrido más llevadero.

En el trayecto de la sanación tuve que realizarme varias interrogantes. La principal y sobre la que siempre hago referencia, es que actitud  debía asumir ante lo que me pasó. Sí, porque al principio estaba convencida de que lo que había ocurrido era una tragedia que me ocurrió a mí, víctima total del destino y de la vida, y como tal, debía lamentarme y compadecerme.

Con la carga más liviana, pero siempre acompañada de mi compañero fiel de duelo, el dolor, surge la primera interrogante ante el arribo a la estación final, la aceptación. La pregunta clave era ¿Quién soy hoy? ¿En quién me convertí después de la muerte de Dari? Pensé que no iba a poder responder, entonces tomé un cuaderno, el cual adopté como un diario de viaje, y las respuestas en ese momento fueron:

Soy una persona que ama a su familia, que disfruta de sus amigos y afectos, ama la justicia, la empatía, y en la medida que puede, ayuda a los demás.

Soy honesta crítica, fuerte, creo. Siempre que puedo recuerdo y honro a mis padres.

Consigo sacar fuerzas de donde creía que no existían.

Cuando hago algo para mis afectos espero que sea lo mejor posible, trato de ser ahorrativa y enseñar eso a mis hijas.

Soy una persona que disfruta de la compañía de Raúl. De descubrir juntos paisajes, lugares, incluso degustar comidas.

Soy una persona que encuentra satisfacción al cocinar algo nuevo para mi familia y que les haya encantado. Que esa comida haya sido elaborada con lo que tenía, es decir, sin receta específica.

Soy una persona que encontró gozo en el corazón, cuando empecé el mural y al ver que puedo crear cosas bellas.

Soy la mamá de dos niñas que crecen y son buenas personas, también soy la mamá de Dari que me espera en el cielo”.

En este cuaderno se encuentran los momentos más duros de mi duelo. Fue y es terapéutico, por eso les invito a que lo repliquen, que tengan una herramienta preciada, un diario, en el cual vayan describiendo lo que sienten, lo que piensan, lo que desean. Incluso pueden escribir que no tienen ganas de decir nada, eso también sana.

Al concepto enunciado más arriba hoy puedo agregar con toda seguridad que soy alguien que disfruta de la vida, una persona convencida de que soy suficiente para mí y para los demás. Que la idea de poder tocar el corazón del otro y ayudarlo con su dolor, como lo hicieron conmigo, hace que encuentre un nuevo sentido a mi existencia, y todo eso, a partir de mi pérdida más significativa.

Soy alguien que tiene ganas de seguir aprendiendo, de seguir creciendo, alguien a quien ya el miedo no desestabiliza, ni paraliza. Sí me desafía a avanzar y a recibir lo que el destino y la vida tienen preparado para mí.

Soy alguien que identifica sus emociones y sentimientos, los hace conscientes para poder analizar si se siente cómoda con ellos, y si no es así, cambiarlos. No hay nada que yo no pueda hacer, tal vez sola no pueda, pero sí con la compañía adecuada.

Soy alguien que respeta el tiempo y espacio de quienes ama, por más de que muera de ganas de allanarles su camino, sé que cada uno debe encontrarse de vuelta, construir la mejor versión de sí mismo. Solo me puedo limitar a acompañar, ser apoyo para los momentos tormentosos y prestar mi asistencia para agilizar la obra.

Soy alguien que encontró más fortaleza que debilidad en el dolor que sufrió. Pensar que la situación por la que uno pasó no lo mató, sino que le dio fuerzas para seguir. Es una especie de súper poder y se siente increíble sentirse poderosa ante el dolor más ruin que un ser humano puede atravesar. Estoy convencida de que la capacidad de resiliencia la tenemos todos, la debemos fomentar desde lo más profundo de nuestro interior y no debemos hacerlo solos, siempre en compañía que nos sostenga y ampare.

Soy alguien que no duda en pedir ayuda cuando se siente vulnerable. Que ratifica y defiende al 100 por ciento la terapia, la cual sana, salva y rescata. La terapia debería ser obligatoria en los momentos de duelo. No solo facilita el tránsito en ese camino tortuoso, sino también otorga herramientas para crecer y edificar una mejor vida.

Soy alguien a quien aún le duele la ausencia de su pequeño tesoro. Creo que ese dolor me acompañará siempre, pues es el recordatorio de que lo que perdí es valioso, y fue el precio que pagué, por haber disfrutado de ella.

No se preocupen, ya no es ese dolor insoportable y desgarrador, es la dulce nostalgia que limpia mi alma y corazón con las lágrimas, que también son sanadoras. Cada vez duele menos, y se recuerda más con alegría. Siempre con el compromiso de honrar su memoria, siendo felices al lado de nuestros afectos que están a nuestro alrededor. Disfrutando del bien más preciado que perdió nuestro ser querido, la vida.

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