Uno de los sentimientos que se instalaba firmemente en mí durante el duelo era la pérdida de confianza en la vida, en mí misma. No solo el dolor se alojaba dentro mío de manera cómoda, sino que trajo varios compañeros. Uno de ellos aparecía de forma inesperada, la desconfianza total de retornar o recuperar la vida.
Me había olvidado que tuve que lidiar con su presencia, hasta que revisando lo que denominé “mi diario de duelo”, descubrí esa amarga sensación en la cual estuve sumida. Aunque allí también manifestaba mi deseo de cuidar de mi familia, de disfrutar de ella y de seguir aprendiendo de las personas que se cruzaron en mi camino. Al igual que de las ganas de redescubrirme, conocerme, y con ello, sanarme.
Ya tenía la idea de poder ayudar a otros, a partir de lo que estaba viviendo. Pero no tenía ninguna intención de exponerme. Me aterraba la idea de esa exposición, y obviamente eso ocasionaba una disyuntiva conmigo misma. Una vez más para tratar de entenderme, me cuestioné por qué no lo haría y me respondí que por respeto a la memoria de Dari no contaría nada de ella. Pero al mismo tiempo también me contestaba qué mejor homenaje para ella que fue alguien que con su corta vida tocó y cambió la manera de ver la vida de muchos, no solo de los que la amamos, de los que la conocieron, sino incluso, de aquellos que no la conocieron.
Ante esas respuestas, surgió que verdaderamente lo que pasaba era que estaba desbordada de la falta de confianza en mí, en la vida. Entendí que debía trabajar para recuperarla y fortalecerla, para así poder disfrutar de ella con los que están conmigo y con lo que me quedaba.
Había veces que se hacía muy difícil escribir y expresar todo lo que sentía. Me percaté de que, con esa desconfianza, quien se apersonaba con paso fuerte era el miedo, a todo. Miedo a vivir, a pensar, a querer, ese miedo que no sé si siempre estuvo allí o se asomó al momento en que estalló mi corazón. Digo se asomó porque es tan cobarde que a veces se esconde y aparece en los momentos más impensables.
Cuando al parecer todo va bien, se presenta. No es como el dolor, cuya presencia es real y marcada, porque en serio duele, y sé que me va a acompañar siempre, aún cuando sonría, aún cuando esté feliz.
En cambio, con el miedo, me pasaba que sabía que con trabajo lo podía vencer o por lo menos domar, y así poder restaurar esa confianza en seguir adelante y poder disfrutar plenamente de lo que tenía, de lo que vendría y de lo que sería. Así pensaba, durante noches y días enteros.
En terapia también trabajé la confianza y a domesticar mi miedo. Era encontrar el equilibrio entre mi cabeza y mi corazón. Porque aprendí que mis pensamientos sí los podía manejar, en ese sentido mi mente debía de estar lo más clara posible. Situación en ese entonces difícil. Con las emociones no era así. Yo no podía elegir qué sentir, simplemente dejaba que salgan a la superficie, aceptarlas, abrazarlas y soltarlas.
Me gusta imaginarme la mente como un edificio de varios pisos, donde hay varios vecinos que viven en armonía, siempre y cuando respeten el límite del otro. Entre esos vecinos hay una señora, a quien le digo “mi loca”. Si, tengo una loca que de vez en cuando sale, y actúa de manera impulsiva, me genera los pensamientos más catastróficos, juega malabares con mi psiquis y ve que todo, absolutamente todo, es negativo. Es más, “mi loca”, alimentaba a esas emociones que bailaban sobre mi herida y lo único que generaba era más sufrimiento. También con trabajo, aprendí a dominarla, ya que no la puedo desterrar porque es parte de mi lado oscuro, pero mío, en fin.
Una de las emociones nutridas por “mi loca” fue la frustración. Las veces que se encontraba aturdida, me permitía levantarme y ocuparme de ciertas cosas cotidianas. En ese momento no podía pensar siquiera en hacer algo que me agrade, de hecho, el autosaboteo era la constante, todo esto solo podía arreglar una vez que “mi loca” se calme y vuelva el orden en mi cabeza. Mi esfuerzo se evocaba en tratar de pensar en todo lo que tenía, mi familia, en mis hijas, en las presentes… pero pensar en la ausente, pesaba mucho más que todo lo que me rodeaba.
A todo esto, se sumaba la preocupación que tenía respecto a mi relación con Raúl, lo seguía amando igual, solo que sentía que se abrió un abismo entre nosotros, obviamente ya nada era igual desde la muerte de Dari. Estábamos muy ensimismados en nuestro dolor, que no podíamos vernos realmente.
Como mi mente estaba dominada por “mi loca” hacia muy difícil la comunicación, sumado a ello la desconfianza y la frustración. Me hacía suponer cosas, siempre desde la fantasía, construía una irrealidad, y en base a ella, me dejaba vencer por el sinsentido, y la falta de ganas. Todos los escenarios que me montaba en la cabeza, no lo expresaba, no hablaba, no explicaba, me dejaba llevar por todas las emociones.
Sé que muchas personas idealizaron nuestra fortaleza como pareja. Si bien es cierto, siempre estuvo a mi lado, aún cuando el dominio total era de la locura, estábamos presentes en cuerpo y no en espíritu, no había diálogo de lo que pensábamos, o sentíamos, simplemente coexistíamos, tanto así que entre los innumerables pensamientos se me fijó la idea de que tal vez me engañaba y no me importaba, tal vez “mi loca” quería convencerme de eso.
Como verán había mucho material con el cual trabajar en terapia, por eso cada vez que puedo la voy a reivindicar siempre. No solo me salvó a mí, sino también a mi matrimonio, y, por ende, a mi familia. Me ayudó con mis relaciones interpersonales con los demás, es decir, que me fortaleció el arte de la sanación.
Aprendí a expresar mejor lo que sentía y lo que pensaba, a no dejarme llevar por las “suposiciones” que son parte de la imaginación. Eso contribuyó a mejorar la comunicación con mi familia y demás afectos. Seguí siendo más constante en escribir y detallar todo lo que acontecía en mi diario de duelo, a veces costaba más que otras, igualmente lo hacía. Se convirtió en una herramienta vital.
Entendí que no debía sentarme y esperar simplemente que transcurra la vida, que pase frente mío como una película. No me animaba a planificar nada por miedo al futuro, que, si bien es incierto, pensar en qué me gustaría hacer, me paralizaba. Porque no lo sabía o no quería pensar en comprometerme en algo.
Igualmente tenía que poner en movimiento mi cuerpo y mente si quería volver a reponerme. El duelo es un camino traicionero, donde hay que ir con cautela, pues en ocasiones se gesta una batalla entre la mente y el alma, es decir, entre lo que pensamos y sentimos. Eso produce una realidad distorsionada, por eso a veces debemos cambiar los lentes con los que observamos la vida.
Estoy convencida de que fue mi deseo más profundo, sanar mi cabeza, alma y corazón, lo que me liberó y me animó a pedir ayuda… por mí, por la memoria de Dari y por mis seres queridos.
Cuando reconquisté la paz, recuperé la confianza plena en la vida, ya no soy espectadora sino protagonista de mi historia, me frustro, si claro, como todo ser humano, pero tomo el aprendizaje que me dejó esa experiencia. Tampoco tengo el pensamiento mágico, de que todo será como yo quiero que sea, tan solo por pensar y desear, no, es confiar en que a pesar de cualquier circunstancia que se presente, mis fuerzas estarán puestas siempre en aventurarme a vivir.
Este diario de duelo me sirvió al principio para aliviar este sufrimiento que me ahogaba. Hoy al leer todo lo que transcurrió, me sirve para tomar conciencia de cuanto he crecido, cómo emocionalmente me fortalecí, lo cual hace que se incrementen mi autoestima, mi resiliencia y mi autoconfianza, y todo eso a su vez, me otorga como un súper poder.
Es por eso que les animo a que tengan un cuaderno, diario, como quieran llamarlo, y escriban todo lo que sientan, piensan y desean. Incluso podrían dividir por secciones, una de ellas de gratitud por todo lo que tienen, otra de prioridades, la cual les ordenará correlativamente todo lo que realmente es importante, incluso, una sección de metas y objetivos. En fin, esta herramienta es poderosa, reconstruyó mi alma y corazón desde los escombros más pequeños.
Encontré esta frase en mi diario, no sé quién la escribió, tal vez fui yo, no lo recuerdo. Capaz fue en un momento de lucidez, que es la prueba de mi anhelo desesperado por sanar, y si fue de alguien más, fue muy atinado de mi parte dejarlo plasmado en él. Dice así: “Hacer lo que uno ama, acompañado de los que ama… O acompañar a los que ama a hacer lo que aman, es una de las mejores sensaciones del mundo”