Al revisar mi diario del duelo noté que no solo hacía referencia de lo que aprendía día a día, o de lo doloroso que se tornaba el continuar la vida con la ausencia de Dari. Los primeros meses fueron de más sufrimiento, pues era darse cuenta de que no estaba y no regresaría. También pude afinar la conexión con mi intuición al identificar determinadas conductas que realmente me molestaban en ciertas personas. Así como conocí y se aceraron a mí quienes me brindaron su hombro como apoyo, hubo algunos que se alejaron o simplemente optaron por observar desde lejos el derrumbe de nuestras vidas.
Era como una revelación entender lo que pasaba a mi alrededor. Es así que pude hacer la siguiente observación: “Ignorar lo que me molesta…”. No, mejor dicho, hacerle caso a mi intuición y no ir donde no quiero, o donde no me siento cómoda. Ignorar a quienes les genera roncha o incomodidad mi conducta ante la adversidad que estoy atravesando.
Esta fortaleza que fue objeto de admiración, también lo fue de envidia. O tal vez, la atención que recibía por mostrar entereza en algunos momentos. No sé qué acción mía podría generar envidia, y si es así pues les digo que no es nada envidiable tener el corazón destrozado y el alma herida por la muerte de Dari.
Tendría que haber sido yo quien les envidie ya que poseen lo que yo perdí, o por lo menos no sufren de la manera en que lo estoy haciendo. Esto hizo que me pregunte: ¿Qué es lo que realmente ellos carecen? O ¿Qué es lo que hace que no toleren que muestre leves ganas de seguir? Creo que son interrogantes sin respuestas, o por lo menos no está en mí responderlas.
Si las interpelo con mi conducta es porque hay algo mucho más profundo en lo íntimo de su esencia que les molesta, ya que todos somos el reflejo del otro. Ojalá puedan hacer una introspección y responderse, o por lo menos admitir lo que les pasa. Solo así creo que podrán crecer y aprender de la tragedia del otro y no esperar que les suceda un hecho que golpee sus vidas. Tal vez así podrían aprender a tener un poco de empatía, virturd que muchos carecen.
Aprendí a ignorarlos, porque esa gente no va a cambiar, y creo que yo tampoco. Sí voy a crecer y seguir, y quienes deseen acompañarme, serán bienvenidos a esta travesía por la ruta del duelo.
Se agudizaron mis oídos y puedo escuchar más claramente a mi intuición, para hacer lo que me haga sentir bien e ir a donde sienta bienestar. Con aquellos que me valoran, así como estoy en estos momentos.
No entiendo cómo pueden mirar a alguien rota, mutilada, devastada y no conmoverse o sentir pena. En ocasiones el resentimiento es una emoción muy cruel, especialmente si se siente por una persona que sufre.
Que complicada se vuelve la convivencia con personas así. Pero bueno, es nuevamente un aprendizaje más. También es una oportunidad para depurar mi acervo emotivo, y quedarme solo con quiénes realmente valen la pena. Además, esta situación me permite enseñarles a las nenas que lastimosamente existen personas así, y hay que aprender a relacionarse con ellas, sin que sus dichos afecten la estabilidad emocional.
Lo positivo de esto es poder identificar, y, por ende, decidir si las dejamos o no entrar a nuestras vidas. Obviamente lo más sano es que no y dejarlas seguir su camino, a su manera. Siempre perdonándolas, pero no por ellas, sino por uno mismo para llenar el alma de paz. Un alma con paz hace más llevadero el tránsito por esta vida y más aún cuando se lleva de compañero al dolor.
En esas páginas de mi diario se evidencia como las personas que atravesamos por el duelo podemos producir una diversidad de sentimientos que afectan de manera indirecta a los demás, y estas emociones pueden ser buenas o malas; y cuando nos causan pesar dificultan un poco el camino del dolor.
Por ello debemos tener la seguridad de que lo que él otro piense y sienta, no lo provocamos nosotros, ni es nuestra culpa. Tal vez esté lidiando con su propio infierno en su interior causando un desequilibrio general. Nuestra única responsabilidad es sanar, y lo que hagamos para lograrlo es asunto nuestro y de nadie más. Dejemos de preocuparnos por lo que los demás pensarán, es algo que nunca lo podremos controlar.
Además nadie puede decirnos que sentir, ni en que tiempo debemos concluir nuestro duelo. Nuestra pena por la pérdida de nuestro ser querido es el bien más intimo y preciado que poseemos. Aceptemos y seamos una compañía atenta y empática. Agradezco a Dios y al universo por que desde el principio pude contar con una red de apoyo que me permitió tener más solidez en este trayecto tan incierto.
Debemos fortalecer la creencia que la circunstancia por la cual estamos atravesando y creíamos nos destruiría, no lo hizo, nos ayudó a construir una mejor versión de nosotros, lo cual hace que podamos relacionarnos y ayudar a quienes estén dispuestos, abiertos y necesiten apoyo. “Esto definitivamente no me va a destruir me va a construir en una mejor persona”.