En mi diario de duelo quedaron registros de cómo me había afectado la cuarentena por la pandemia, con mucha incertidumbre de no saber qué pasaría y cómo podría alterar nuestras vidas lo que estaba pasando. Todo se detuvo como una película a la cual se le dio stop. Así se sentía.
A mí me movilizó mucho, lo cual al final fue positivo, pues al principio sentí tanta frustración que quedé inmóvil al no poder continuar con mi rutina diaria, además del fiasco de no poder hacer planes ni a corto, ni a largo plazo. En pocas palabras las cosas no iban a salir como yo las quería o esperaba, una vez más la vida me mostró que no tengo el control de todo lo que pueda pasar a mi alrededor.
Sentía como un fracaso el simple hecho de no poder asistir a misa en memoria de Dari, que era como una costumbre que adquirimos toda la familia. Cada 14 del mes nos reuníamos todos para recordarla, y escuchar mencionar su nombre. Para mí era fundamental. Me causó mucha impotencia y rabia que llegue ese 14 de marzo del 2020, y no poder hacer lo que automáticamente hubiera hecho.
Ese mes de marzo venía con un plus adicional, ya que ese 17 era el aniversario de nacimiento de Dari, donde también nos juntaríamos toda la familia, y en especial porque sería la inauguración del mural de mosaicos que habíamos hecho en honor a ella. Tantas cosas planificadas llenas de emotividad, no podían ser concretadas.
Entonces, una vez más, busqué el camino en mi interior y mi réplica fue la siguiente: “Como no puedo cambiar la situación por la cual está pasando el mundo, es mejor centrarme en lo que sí puedo cambiar, que es mi actitud ante lo que está pasando”. No fue fácil. Pues como siempre la tendencia era ser víctima y culpar a los demás por lo que sentía y no hacerme cargo de ello.
Una vez que asumí lo que sentía me pregunté: ¿Qué puedo hacer? ¿Quedarme con el enojo, la frustración e impotencia? Obviamente que no, pues no era sano ni se sentía bien. Así que pensé qué significaba ir a misa cada 14. Representaba recordarla y que la recuerden. Y ahí estaba la respuesta. Sí, el objetivo era que la recordemos en familia. Entonces, les pedí a mis hermanas y sobrinos que encendieran una vela a una hora específica, para que esa luz siempre ilumine nuestra memoria.
Así se hizo y fue grande la satisfacción que sentí de saber que a pesar de la contingencia y de la distancia, Dari fue recordada y amada como siempre, no era necesario estar físicamente juntos para avivar el recuerdo que se aloja en nuestro corazón.
Algo similar ocurrió el 17 de marzo, aniversario del nacimiento de Dari. Esta vez pedí a todo aquel que la conoció, la recuerde encendiendo una vela. Me emocionó como sus hermanas colaboraron para la elaboración de una torta, que en principio estaría a mi cargo, pero ellas sin titubear la hicieron con entusiasmo.
Así también me conmovió como tanta gente se prendió a mi pedido, incluso personas que no llegaron a conocer a Dari, todo ese gesto fue como una caricia profunda y larga en el alma, en el momento justo cuando la presencia de la nostalgia y la incertidumbre eran más fuertes.
Sé que lo que viví al principio de la cuarentena, no se compara con lo que muchas familias pasaron y siguen pasando, la pérdida de sus trabajos, y lo más importante, la pérdida de un ser querido. En una coyuntura donde no permitía ni siquiera poder despedirse, verlos o acompañarlos a su última morada. Creo que este virus es muy cruel, no lo solo por su letalidad, sino porque provoca un sufrimiento excesivo para quienes se quedan a llorar a los que partieron.
Me tocó ver de cerca como una madre debía despedirse de su hijo, sin poder verlo, sin poder tocarlo, por más que ese cuerpo inerte no se aproximaba ni por asomo a lo que fue su hijo en vida. Solo podía permanecer por unas horas al lado de un cajón herméticamente cerrado. Este bicho es muy desalmado, causa tanto daño y deja a familias enteras desmembradas y desconsoladas.
Esta cuarentena me mostró que pese a estar rodeados de tanto tormento, soy extremadamente afortunada, por poseer varios tesoros invaluables. Primero mi familia nuclear y extensiva, que sigue sana y unida, mis amigos, conocidos y todos aquellos con quienes pude contactar a lo largo de esta aventura de exponer mi experiencia en el recorrido del duelo.
Todo esto no solo hace que esté más que agradecida por lo que tuve, tengo y tendré y por todo lo que aprendí. Sino que afirma el compromiso que asumí al estudiar Tanatología, el de ayudar, contener y acompañar a quienes más lo necesitan. Siempre aprendiendo para poder apoyar desde mi lugar en el mundo.
Con mi duelo aprendí tantas cosas, y una de ellas fue cuidar de mí, una de las tareas más arduas a las que me enfrenté. Siempre traté de cuidar de los míos y me olvidé de mí. Hoy con esta nueva conciencia estoy convencida de que, si no cuido de mí primero, no podré hacerlo con mis afectos.
El encierro, la enfermedad, el no saber que ocurrirá causan mucho pesar, producen una infinidad de emociones y sentimientos. Creo que lo mejor es pedir ayuda. Como siempre digo, la terapia sana y salva vidas, y en estos momentos necesitamos cuidar de nosotros.
Deseo y espero desde lo más profundo de mi ser que esta circunstancia que estamos atravesando pase, mejore y que todos nos volvamos más cercanos, más empáticos y más fuertes.