Al principio, los recuerdos de los momentos vividos con Dari, me generaban una tristeza inmensamente dolorosa. Casi podría afirmar que lo único que lograba recordando era torturarme, no por esas imágenes en mi cabeza, sino por el hecho de tener la certeza de que esos instantes no volverían ni se repetirían. Es irónico pensar como lo que para mí era prácticamente una religión, recordar cada segundo con ella, era lo que poco a poco hacía que perdiera las ganas de vivir.
Es así como se siente, es así como se sobrevive en los primeros tiempos de la pérdida, pensando en lo que fue y en lo que no será nunca más. Siempre mirando hacia atrás y hacia más allá de nuestros horizontes. Olvidándonos del presente, el cual sin nuestra presencia física, mental y emocional no sería real. Me perdí de mucho en ese tiempo, y es un tiempo que lastimosamente no se recupera, se aprende y se crece, sí, pero de la manera más cruel.
Pensar en los días felices dolía tanto que hacía daño, por lo tanto, en ocasiones me negaba a recordar o tenía miedo de hacerlo. Como un mecanismo de defensa ante el dolor, pero necesario para mi destrozado corazón. De vez en cuando prefería estar en modo zombi, así el tiempo transcurría sin pensar, ni sentir, o por lo menos hacía el intento. Es más, cuando sonaba alguna canción que Dari bailaba o cantaba, porque le encantaba la música, enloquecía literalmente, algo que le alegraba tanto, a mí me generaba un dolor desgarrador.
Ese estado de letargo y locura no era permanente. Iba y volvía, a veces con más intensidad que otras, estaba inmersa en un mar de emociones, el cual tenía olas inmensas en las que me sentía ahogar. De hecho, muchas veces habré deseado ahogarme. Mas gracias a lo que realmente tenía y quedaba, el amor de Dari y de mis afectos, fue lo que me salvó.
Cuando me preguntaban cuántos hijos tenía, temblaba, pues no sabía cómo explicar que tuve tres y que una había fallecido. Me producía una angustia aterradora, y más por la persona que me preguntaba, incluso en esos momentos de confusión, me preocupaba lo que piense otro. Fue difícil aprender a conjugar bien los verbos, porque si tengo tres hijas, solo que una de ellas cambió de domicilio. Hay una frase que me encanta y dice así: El amor es lo único que transciende de lo terrestre hacia lo celeste. Tanta verdad en una frase.
Hablar con total naturalidad de alguien que ya no está físicamente, no es fácil, es un poco fastidioso y, es más, es incómodo ver los rostros de las personas y leer sus pensamientos en sus ojos, o por lo menos tratar de interpretarlos, pues sus miradas reflejan esa situación molesta y que pareciera no tener arreglo.
A cuantas personas tuve que tratar de confortar por el solo hecho de haberme preguntado por Dari, obviamente ante mi respuesta, no sabían que decir, finalmente siempre les respondía que no se preocupen que entiendo sus intenciones, y más cuando a esa pregunta le seguía sobre las circunstancias de su deceso, sumamente tedioso. Es que nada que tenga que ver con la muerte es una situación amable.
A pesar de toda la pena que me causaba recordar lo que fue la vida de Dari, en parte estaba sanando, pues ya no pensaba de manera recurrente en las circunstancias de su muerte, ya no era la idea principal de este capítulo funesto de mi existencia. Me centraba, o por lo menos trataba, de que así fuera, en cada minuto que pasamos juntas, en todo el disfrute y todo lo aprendido durante su corto paso por este mundo.
Por eso les recomiendo no negarse a rememorar, no bloquear nada de lo bueno, lo malo, todo es parte de nuestro gran libro de vivencias, y cómo ello merece ser recordado y atesorado en lo más profundo de nuestro corazón. Hablar también es parte importante de sanar. No necesariamente debemos hacerlo con un terapeuta, si bien voy a reivindicar siempre la terapia, pues durante el duelo surgen cuestiones que solo un profesional de la salud mental puede desentrañar y ayudar a arreglar para seguir avanzando.
Es tan importante contar con alguien que esté dispuesto a escuchar, así sin más, sin dar juicios de valor, sin cuestionar, simplemente una oreja, un hombro y unos brazos fuertes para esos abrazos que regeneran y resetean todo el cuerpo. Leí por ahí que: “Alguien roto solo puede dar pedazos”, pues para mí no es cierto, alguien roto también puede brindar ayuda, amor, compasión y apoyo. También leí que hasta el pedazo más pequeño de crayola sigue pintando, entonces sigamos pintando lo que quede de nuestra vida.
Por ello les digo aquí estoy. Les ofrezco esa oreja para una escucha sincera, mis hombros para descansar y mis brazos para ese abrazo reparador. Yo también estuve rota, y creo que me seguiré rompiendo, como señal de que estoy viva, pero así también me volveré a armar, con cada pedazo de escombro, como lo hice cada vez que estalló mi corazón. El pegamento de esa reparación es el amor que quedó dentro de mí, y que está en todo lo que me rodea, mis afectos y en la vida misma.
Esta es la razón por la que debo vivir en gratitud, soy muy afortunada pues a pesar de los escollos puestos por el destino pude seguir mi camino. Doy gracias infinitas con los brazos y el corazón reparado y abierto, por lo que fue, por lo que es y será.
Algunos consejos que a mí me fueron útiles:
*) Los recuerdos son tesoros, que nos impulsarán a seguir, no los debemos olvidar, ni negarlos.
*) El amor que nos dejó nuestro ser especial es el pegamento que reparará nuestro corazón. Recordar siempre que: “El amor es lo único que trasciende de lo terrestre a lo celeste” (Gaby Peréz Islas)
*) Alguien roto también puede dar y recibir amor, ayuda y apoyo.