Si bien, en reiteradas ocasiones hice referencia sobre cómo el dolor es un compañero de ruta, a mí me costó entender eso. Pues lo primero, como un acto incluso de supervivencia, uno quiere deshacerse del dolor. De hecho, ante cualquier golpe, o herida, lo instintivo es buscar calmar el dolor que lo causa, tanto así que tomamos algún calmante, incluso sedante.
Así también, durante el duelo, buscamos esa pastilla mágica que calme el sufrimiento de esa pena. Y no existe ese medicamento milagroso que lo haga desaparecer. Simplemente no existe, están los que nos mantienen abstraídos de la realidad, incluso como zombis sin tener un ápice de conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor. Nada bueno, nada que nos conduzca hacia el destino final, hacia la sanación.
El “remedio” para el dolor es aceptarlo, únicamente así, reconociendo su existencia, validándolo, y admitir que sin su presencia no podremos duelar realmente. El tiempo en el cual estaremos junto a él ya depende de nosotros. Si bien, no existe un tiempo estimado en el cual debemos quedarnos con él, tampoco pretendamos que pase de prisa como un auto de carreras, ni mucho menos acomodarnos en el como si fuera un sillón, desde donde veríamos pasar nuestra vida.
En mi experiencia creo que lo mejor es permanecer en el dolor, o dejarlo a nuestro lado hasta que encontremos el aprendizaje significativo. Yo entendí que gracias a él pude reconocer el valor real de lo que tenía. La vida de Dari era valiosa, por eso tenía un precio y ese precio era el dolor de su partida. Sé que lo que escribo suena como canción romántica terrible, mas, es real y es el pensamiento que me ayudó a seguir.
Durante mi evaluación en el diplomado de Tanatología me hicieron una pregunta que no dudé en responder. En verdad fueron dos interrogantes. La primera era ¿Te dolió mucho haber perdido a Dari? Sin titubear respondí claro que sí, es el dolor más desgarrador y terrible que sufrí en mi vida. Es más, derramé algunas lágrimas al contestar.
En la segunda pregunta, si bien respondí de manera automática, mi respuesta traía consigo el aprendizaje significativo. Me preguntaron si de haber sabido que dolería tanto la muerte de Dari yo hubiera preferido no haberla tenido, no haberla conocido, y así me ahorraba tanto sufrimiento. Sin dudar respondí jamás. El día del nacimiento de Dari fue uno de los días más felices de mi vida, por más que también estaba rodeado de “dolor” físico por el parto. Cómo hubiera deseado que no existiera si representaba todo el amor que tenía dentro mío. Hay una frase de Gustavo Cerati que para mí define a Dari: “Fue mi paisaje más soñado”.
Entonces me dijeron: “¿Te das cuenta lo valiosa que fue su vida? Entonces no vale cada lágrima de dolor que derramaste por su ausencia”. Lo valioso tiene un precio, y el precio de haber sido la madre de Dari era ese dolor que me acompañaba en mi camino de lágrimas. Claro que lo valía una y mil veces y si yo tenía que elegir, entre haberla tenido o no haberla conocido, teniendo ya la certeza de su desenlace final, pues elegiría siempre tenerla, por más que el tiempo que compartimos juntas fue breve, fue intenso, ella significó luz, color, el amor infinito en nuestra familia. En cualquier balanza pesaba más sus dos años y medio de vida, que toda una vida de dolor. Aquí comparto una de las frases, de Gaby Pérez Islas, que me dio fuerzas: “Todo cambió para siempre cuando naciste… Ni siquiera el gran dolor de tu partida ensombrece la luz que trajiste a mi vida”.
Aclaro que yo no creo que todo lo que nos pasa es “por algo”, es decir, que Dari murió para que yo aprendiera algo ¡¡No!! Para nada pienso de esa manera. Jamás voy esperar que la vida, Dios, el universo o quien sea tengan esos métodos didácticos tan crueles para con los simples mortales. Para nada las circunstancias se dan si porque así debe ser, no como consecuencia de algún acto nuestro, o como aprendizaje. Ya que de lo que ocurrió, extraigamos el aprendizaje significativo, es diferente, pues es opcional. Es decir, yo podría haberme quedado en la tristeza, y pensar que la vida fue miserable conmigo y mi familia, o seguir enojada con Dios por haberla “llevado”, que tampoco pienso así. Si que Dios la recibió y con los brazos abiertos a Dari, no me la arrebató.
En cambio, al analizar exhaustivamente mis momentos con Dari, incluso los instantes previos a su muerte, llegué a la conclusión de que no había manera de haber podido evitar su deceso. No lastimosamente. Entonces ¿Qué ganaba con seguir flagelándome por algo que no tenía control, que no estaba bajo mi decisión? Pues nada, solo aumentar el tormento y el sufrimiento. Por tanto, tomé la decisión de seguir con mi vida, por Dari, por el amor que ella me dio y me dejó, por mi familia y por mí. Si, por mí, porque la partida de Dari me enseñó a valorarme y a quererme.
Comprendí que todas las lágrimas que derramé manifestando el dolor, lo hacía por mí, pues el reclamo era porque a mí, me quedé sin ella, estaba asustada, no sabía cómo seguir mi vida porque ya no la tenía. Es decir, todo se trataba de mí, eso era evidente pues ya por Dari nada más podía hacer, más que recordarla y honrar su memoria volviendo a sonreír.
Así fue que llegó uno de los sentimientos que más atesoro, puesto que no solo me ayudó a mi duelo sino me sirve y servirá para el resto de mi vida. La satisfacción del deber cumplido, si, finalmente sentí que yo hice todo lo que estaba en mis manos y a mi alcance para cuidar y salvar a Dari, lo hice con los recursos y conocimientos que tenía en ese momento. Al tomar conciencia de eso pude soltar finalmente al dolor y quedarme con todo lo que Dari me dejó, su amor.
A este compañero fiel, el dolor, lo pude soltar. No digo que lo extraño, pues de vez en cuando aparece para recordarme el valor de la vida, y el valor de todo lo que me genera amor. Si bien, al principio afirmaba que este me acompañaría por siempre, gracias a todo este aprendizaje, entendí que no, no podía quedarme con él pues lo único que conseguiría es que la calidad de mis días se deteriore, ya que este dolor no se queda solo, trae consigo rencores, odios, rabias, emociones que no contribuyen en nada en el trayecto hacia la sanación.
Soy consciente de que el dolor aparecerá cada vez que mi corazón vuelva a romperse, o cuando la nostalgia aparezca sin previo aviso. Pero en ambas situaciones sé que vienen a traerme un mensaje, un aprendizaje, los cuales van a contribuir en la construcción de mi nueva versión, mejorándola siempre. Entonces cuando me toque el momento de sufrir lo haré y cuando tenga motivos de felicidad los voy a disfrutar al máximo, así como es la vida. Porque el dolor es prueba de que hubo y hay vida.
Algunos pensamientos que me ayudaron a entender el dolor:
*) Ante una pérdida, sufrimos y lloramos por nosotros mismos, porque nos quedamos sin algo que teníamos y queríamos.
*) El dolor no desaparece mágicamente, hay que mirarlo, abrazarlo y validarlo.
*) El dolor es un maestro que trae consigo un aprendizaje significativo, está en nosotros tomarlo o no.
*) La satisfacción del deber cumplido es saber que se hizo todo lo humanamente posible para evitar la pérdida, con los recursos y conocimientos que se tenían en ese momento.