Al principio del duelo nos sentimos anestesiados, como si el tiempo se hubiera detenido, estamos como shockeados. De hecho, es así como debemos de sentirnos ya que estamos pasando por esa primera estación de la negación, ya que no solo atormenta la idea de lo que ocurrió, sino de que nada sería igual. Se inicia el reto de adaptarse a la nueva realidad, por lo menos yo lo sentí así.
No recuerdo mucho de esos momentos, ya que creo que como mecanismo de defensa mi mente trató de bloquear, además de querer convencerme de que era una pesadilla. Llegar a mi casa después del entierro de Dari fue como vivir la vida de otro, una película de terror, de la cual no podía salir como quisiera. Fue difícil entender que esa sensación no duraría para siempre, que finalmente todo se acomodaría, y esta nueva realidad era posible.
Obviamente adaptarnos a esta nueva situación, sin la presencia de Dari, y la instalación del dolor en todos los rincones de la casa, fue también una tarea ardua. El duelo además de contar con etapas, o estaciones, durante el recorrido, cuenta con lugares donde podremos detenernos, ya sea para reposar o lamentarnos por lo sucedido. Es imposible quedarse pasivamente, es un trabajo constante, ya sea para avanzar, como para descansar, porque tampoco la quietud es cómoda en ciertas ocasiones.
Retornar a lo que era considerado normal en la vida de uno es lo más complicado, primero porque entendí que nada es normal, sentirme extremadamente miserable, triste y abatida no era normal, haber perdido a mi hija tampoco era normal. Entonces… ¿Qué es normal? Nada… y mucho menos natural, pues si tenemos en cuenta la “ley natural de la vida”, la cual estoy convencida hoy día de que no existe, Dari no debía haber muerto. Pues como me repitieron hasta el cansancio fue “antinatural” su muerte. Ahora bien ¿Quiénes somos nosotros, simples seres humanos, para determinar lo natural, o lo normal? Pues nadie… Las cosas simplemente pasan porque están predestinadas, es así como yo creo.
Al final tuve que adaptarme a la nueva “normalidad”, sin Dari, porque su ausencia física es para siempre, la cual duele, no lo voy a negar. También con trabajo, tiempo y paciencia aprendí a percibirla de manera diferente y entender que ella está dentro mío, y permanecerá ahí realmente para siempre. Tomar conciencia de eso me llevó tiempo, lágrimas y mucho esfuerzo. Siempre sin prisa, pero sin pausa.
En ese nuevo contexto mi vida al principio fue la de un ermitaño, por más que no vivía sola, así me sentía y en parte, así quería sentirme, pues el desmerecimiento me atacaba constantemente, pues estaba convencida de que la muerte de Dari se traducía en que no la merecía. Terrible como mi cabeza jugaba con mi herida, de hecho, creo que contribuyó para que la misma crezca, se expanda, incluso, se infecte. No quería salir de casa, no solo porque en ella me sentía segura, sino que no quería enfrentarme a las miradas de lástima con las que creía, me iba a cruzar, pensamientos tontos que mi mente creaba, y contribuía en ese ambiente nada saludable. De hecho, nada era sano en ese momento.
Doy gracias a la determinación de no quedarme quieta. No acepté todo ese tormento de parte de mi cabeza y por lo menos salía de casa para ir a terapia, y en cuanto pude recaudar un poco de fuerzas, volví al ejercicio físico, que fueron dos piezas fundamentales en mi recuperación. Y hasta podría afirmar en mi salvación. Hablar en terapia sobre cómo me sentía, lo que pensaba y oxigenar mi cabeza, pulmones y ponerme en movimiento, con el ejercicio físico, finalmente me despabilaron para poder seguir el camino de las lágrimas, y tratar de duelar de la manera más sana posible.
Cambiaron las rutinas, acomodarme a ellas fue un desafío. Más lo pude hacer con la convicción de que toda esa pena, esa tristeza, también pasarían, no serían eternas. Creo que ese deseo hizo que obtuviera las fuerzas necesarias para seguir de alguna manera con mi existencia. Así fue que de a poco pude volver a la “normalidad”, a mi ritmo, ya no esperando que todo cambie de manera apresurada y veloz tal como fue la partida de Dari. Aceptando restablecer poco a poco mi vida social, la cual fue rezagada al inicio de este proceso.
Los amigos que con santa paciencia me esperaron, respetaron mi dolor, mi silencio, incluso mi indiferencia, a ellos les debo mi gratitud infinita, pues fueron orejas, brazos y hombros que esperaron ansiosos para que yo los pudiera utilizar, sin presiones, solo aguardando desde un rincón, alguna señal mía para hacer su reaparición. Soy muy afortunada de contar con esas personas, a quienes llamo amigas, no son muchas, más son unas joyas que brillaron en el momento exacto de mi oscuridad absoluta.
Una de las frases del Principito, que me gusta mucho, sobre la esperanza reza así: “Lo hermoso del desierto es que en cualquier parte se esconde un pozo”. En el desierto de mi dolor donde parecía que moriría deshidratada de tanto llorar, mis amigas fueron fuente infinita de amor para continuar hacia la sanación. Tan importante es contar con la presencia de personas que estén dispuestas a apoyarnos y acompañarnos durante nuestro duelo. Recuerden que aquí estoy para acompañarlos en su proceso y poder formar parte de ese círculo de fortaleza y apoyo. Hacer del duelo una cultura hacia el bienestar emocional, es uno de mis anhelos.
Recuerden por favor que hablar es una de las mejores terapias, así como el ejercicio físico. Una escucha pasiva y honesta, más el movimiento constante, son tablas de salvación en el mar del dolor del duelo.
Pensamientos que me ayudaron:
*) Nada es para siempre, todo es momentáneo, incluso el dolor es sólo por ahora.
*) Recordar continuamente que el duelo se transita sin prisa, pero sin pausa.
*) No existe la normalidad. Si la nueva realidad, adaptarnos a ella, se logra con paciencia, tiempo y trabajo.