Como en toda historia hay un protagonista principal, así también en el duelo, el personaje primordial no es quien murió, es quien debe transitar este camino de lágrimas. Es decir, somos quienes perdimos algo valioso y sufrimos porque ya no lo tenemos. Y eso se nos olvida, pues como estamos sumidos en el dolor y el sufrimiento, lo único que queremos es que el recuerdo de nuestro ser querido quede perenne. Estamos convencidos de que, en este capítulo oscuro de nuestra vida, quién debe ser tenido en cuenta es nuestro ser amado que ya no está y nadie más.
Nada más equivocado, pues durante el duelo el personaje principal de esta triste historia, somos quienes lo debemos recorrer. Por lo tanto, debemos brindarnos la importancia debida, tanto o más como a quién partió al más allá. Sé que quienes están haciendo este recorrido, dirán que no es así, que somos figuras secundarias, que aquí lo más importante es lo que se perdió. No, no es así. Los que quedamos duelando, llorando y sufriendo lo somos, cuidemos de quienes están en duelo.
Menciono esto porque solo una persona puede hacer el recorrido del duelo y seguir adelante con la vida. Somos quienes hemos perdido, nadie puede suplantarnos en esa tarea. Necesitamos de nosotros mismos para poder continuar y eventualmente sanar la herida. Sin nosotros nuestra vida no es posible. Tratémonos con ese amor que tenemos por quién hoy habita en nuestro corazón. No debemos permitir que nada ni nadie nos hagan sentir mal, ni siquiera nosotros mismos.
Sé que en varias ocasiones mencioné que el amor propio es uno de los sentimientos fundamentales para salir adelante, y lo vuelvo a recalcar, pues estuve recordando como me autoflajelaba al inicio de mi duelo, fui demasiado dura, cruel e injusta conmigo. La culpa y el enojo hicieron equipo en varias ocasiones solo para lastimarme, y que ganaba absolutamente nada, hacía más difícil mi duelo, más insoportable la convivencia conmigo y se tornó doloroso para mis seres queridos.
El duelo siempre me recuerda que a quien primero debo amar es a mí, para poder amar a quienes me rodean. Este maestro me mostró un espejo donde no me gustaba lo que veía, fue mi oportunidad para cambiar con lo que no me sentía cómoda y abrazar aquello que sí y que en ese momento se encontraba en total estado de vulnerabilidad. Reconocerse frágil, abrazarse y pedir ayuda son los primeros pasos para la reconstrucción de la paz.
Si bien yo sentí que con la muerte de Dari se puso fin a mi vida, creí que no había más nada porqué seguir. Finalmente entendí que era un comienzo, un nuevo capítulo, uno para nada agradable y difícil de continuar, ya sin ella, y con un dolor inmerso en el pecho que hacía imposible vivir, era simplemente existir.
Obviamente no estaba de acuerdo con este nuevo comienzo de mi libro de vida, me gustaba el episodio anterior, donde estaban todas mis hijas a mi alrededor, cuando la simpleza de lo cotidiano se basaba en quehaceres domésticos y disfrutarnos unos de otros, nada más. En este inicio era prestar atención en respirar, en contar los días de ausencias que se tornaron como una religión, no pasaba un día sin ser contabilizado.
Todo esto era inevitable y causaba mucho sufrimiento, hasta que entendí que no podía cambiar absolutamente nada, y que lo que pasó era irreversible, por lo tanto, lo más atinado era dejarme llevar, ya no oponer resistencia a una situación irremediable. Me ayudó llenar de gratitud mi corazón, por el hecho de haber conocido a Dari y de ser su madre, porque este rol me acompañará hasta el último de mis días. Ya dejé de contar obsesivamente los días sin ella, solo la recordaba.
Hago hincapié sobre contar ausencias, porque llegó un momento en que me sentía como presa de mis emociones, que contaba los días sin ella, como un condenado lo hace en la cárcel, tal vez esperando la libertad o esperando la muerte, en mi caso les soy sincera era esperando mi reencuentro con ella, y toda esa energía que ponía en contabilizar me restaba tiempo y fuerza para conmigo y estar con mis seres queridos. Es más, creo que ellos me veían como una extraña, compañera de celda sumergida en sus pensamientos de cuánto tiempo durará su condena. Qué pena tan grande habrá sido para mis hijas, tener una mamá en esas condiciones y para Raúl convivir con una pareja así.
Por ello les pido con todo respeto y cariño que no contemos el tiempo que pasó y sigue pasando desde que nuestro ser querido ya no está físicamente entre nosotros, no contemos ausencias, contemos presencias, sumemos momentos felices con quienes sí nos rodean, y guardemos en nuestro corazón la esperanza del reencuentro, cuando sea el momento, sin registrar y rememorar la cantidad de días que pasaron desde que partió. Sanemos nuestro corazón llenándolo de recuerdos de amor, no de ausencias dolorosas.
Ya no cuento el tiempo que pasa sin Dari, tengo presente sí las fechas importantes para mí y mi familia. El día del aniversario de su nacimiento (ya no es cumpleaños) pues ella se fue teniendo la inocencia de dos años, y así se quedará en mi memoria. Otro día inolvidable como ella, es el día de su muerte; una amiga me dijo que es su nacimiento en el cielo, por lo tanto, cada 14 de septiembre es su cumpleaños en el cielo, al principio me incomodó esa idea, y luego de analizar entendí que es lindo pensar que ella ese día celebra el reencuentro con mis padres, mi suegra y demás seres amados que partieron antes y que fue recibida por el Dios amor en quien creo y con el que pude reconciliarme.
No vale la pena resistirse a lo inalterable como el suceso de la muerte, solo nos queda aceptar, y al hacerlo, aprenderemos a adaptarnos a la nueva forma de vida. El duelo para mí fue ese camino en el cual pude aprender a enderezarme nuevamente a tomar conciencia de que, si bien mis sentidos ya no podrían captar la presencia de Dari, lo podía hacer desde el alma. Acomodarme a lo que sería el resto de mi vida sin tocarla, abrazarla o besarla. Es durísimo, pero hay que hacerlo, es un día a la vez, con paciencia y conciencia a veces, ya que en ocasiones las emociones nos dejan a ciegas y actuamos por los impulsos que ellas generan, y esto se convierte en un obstáculo en el sendero del duelo.
Sé que cuando nos pasa algo en extremo doloroso pensamos que la vida es injusta. Francamente no creo que la vida sea justa ni injusta, está llena de situaciones, las cuales pueden ser placenteras y otras difíciles, y ambas las debemos enfrentar de la mejor manera. A veces pensamos que no es justo lo que pasó, porque siempre hemos sido buenas personas, más no creo que la vida recompense a nadie por sus bondades o que castigue maldades, es decir, no creo que la vida tenga ese tipo de forma de enseñanza. Creo que las cosas buenas y malas nos pasan a todos, buenos y malos sin distinción. La vida es como es y así hay que vivirla, disfrutar cuando sea su momento y ante las adversidades tratar de tener las mejor de las actitudes. Y recordar que siempre, siempre valdrá la pena. Si algo me enseñó la vida y muerte de Dari es que la vida es un milagro, depende de nosotros qué hagamos con ese milagro.
Cuando pude entender que nada es eterno en esta vida, y que a la oscuridad le precede la luz, a la noche, el día y al invierno, la primavera, fue como concebir un poco de tranquilidad, la cual me llenó de esperanza, al darme cuenta que una vez recorrido este terreno tortuoso que es el duelo, me esperaba la firme confianza de que volvería a ser feliz. Pero para ello, tuve que creer que sería posible. Volver a reír desde el fondo del alma sin la presencia física de Dari, más sí con la certeza de que ella vive en mí y que en mi momento tendremos un reencuentro. Y todo esto nadie más que yo lo podía lograr.
Maravilloso gracias por tus palabras ayuda a estar mejor cada día, un día a la vez ✨
Gracias Mimi por tus palabras y saber que cada día estas mejor me reconforta, y me alienta a seguir escribiendo y acompañando desde donde estoy. Asi es querida, un día a la vez, sin prisa pero sin pausa. Un abrazo