En el camino del duelo aparecen un sin fin de emociones que pueden ser una traba para el avance o para facilitarnos el mismo. No me gusta calificarlas como buenas o malas. Todas, absolutamente todas, son válidas porque forman parte de nuestro proceso. Sin ellas sería imposible hacerlo de forma sana.
Una de esas emociones y sentimientos son la culpa, ya había hablado de la misma, pero siempre es bueno recordar aquello que dificulta nuestro recorrido. Al principio nos enfrascamos en la repetición de los hechos, como si fuera que recordarlos de manera obsesiva cambiaría algo, pues no, lo que pasó ya pasó. No se puede dar vuelta atrás. Quizás hoy con la información y con todo lo vivido actuaríamos diferente ante una situación similar, pero es imposible asegurarlo. Creo que la vida es impredecible, de hecho, por eso nos da sorpresas que pueden hacer estallar nuestro corazón de alegría o de tristeza.
Revisar y repasar en nuestra mente lo ocurrido no es sano. Hablo por experiencia, sé que es inevitable. En esos momentos la mente toma el control total y hace lo que quiere. Rememorar el momento doloroso solo nos lastima, y hace que se fortalezcan la culpa, el remordimiento, incluso, el arrepentimiento de eso que supuestamente iba a salvar a nuestro ser querido. Imposible de saber que eso sería así. Es un pensamiento mágico muy cruel porque nos hace sentir además de dolidos, impotentes ante lo ocurrido. No lo sabemos todo, no lo podemos todo, esa creencia falsa de omnipotencia la deberíamos de desterrar.
Para dejar tranquilo a nuestro corazón herido, tendríamos que perdonarnos por creer que nosotros hubiéramos cambiado el destino de quien ha partido. Dejar de exigirnos algo que no está en nuestras manos y reemplazar todos esos sentimientos, pensamientos que agravian todavía más nuestra alma, por todo el amor que nos enseñó y dejó nuestro ser especial. Aceptar que hicimos todo lo humanamente posible por él, en el momento y la circunstancias en que nos encontrábamos. Eso nos acerca un poco más a la paz, que perdimos con la muerte.
A mí me ayudó recordar a quién perdí, no solo con amor, sino de manera real con sus defectos y virtudes. Al principio del duelo, creía que Darinka era extraordinaria desde su concepción hasta su deceso. Es cierto, fue muy especial al igual que sus hermanas, al igual que su papá, al igual que yo, más nadie debería ser idealizado, porque eso hace que nos juzguemos severamente e injustamente.
Mis pensamientos eran que ella era demasiado hermosa, buena, perfecta, y que yo llena de defectos no merecía ser su madre. El sentimiento de falta de merecimiento es ¡tremendo! O tenía fija la idea de que todo lo que hice por ella no fue suficiente. Ella fue una niña sana, divertida, feliz y sumamente amada, así la recordamos con mi familia, con sus pequeñas travesuras, berrinches que hoy nos saca más de una sonrisa.
Imagínense mi sufrimiento, mi mente me flagelaba al construir juicios errados sobre mí. Siempre hice y di lo mejor para con mis afectos. No era justo que pensara así, ni para mí, ni para mis hijas, ni para nadie que me estimara. Todos somos especiales de una u otra manera. Todos somos merecedores del amor y todos cuando actuamos impulsados por ese amor lo hacemos de la manera más optima posible. Dari no fue perfecta, era humana, más su amor si fue perfecto porque nos cambió la vida.
El desmerecimiento que sentía, lo único que desnudó fue mi falta total de autoestima, si bien, hacía años que venía construyéndola, con el deceso de Dari, esta se desmoronó, por lo tanto, debía trabajarla para recuperarla y fortalecerla, ya que, en esos momentos de gran dolor, debía de amarme, así como estaba, y me necesitaba entera, más que nunca. Es durante el duelo donde muchas veces salen al descubierto ciertas heridas emocionales que no sanaron por completo. Es como que sacan una sábana y dejan al descubierto situaciones inconclusas, y es una oportunidad única que nos regala este camino de lágrimas para sanar a cabalidad. No solo la pena de haber perdido, sino aquello que al parecer estaba resuelto dentro nuestro. Por ello vuelvo a repetir sin cansarme que la terapia es lo único que nos puede ayudar para crecer y enfrentar eso que creímos que estaba curado. El duelo es un trabajo individual, más todo aquello que nos dificulta avanzar, como algunas emociones, deben ser identificadas y elaboradas en terapia.
Estas emociones que jugaban con mi autoestima, las debía quitar de ahí. Lo pude hacer exteriorizando lo que sentía, poniendo en palabras cada sentimiento, cada emoción, identificarlas fue lo mejor. Eso no solo lo hice en terapia, también con mis amigas, a quiénes agradezco haberme prestado esa oreja. Ya decía Facundo Cabral, que “el que sabe compartir un dolor lo divide y si sabe compartir una alegría la multiplica”. Así que exprésense, hablen, escriban, compartan su pesar con gente que los aprecia y si sienten que necesitan ayuda, pídanla. Si bien nadie puede vivir el duelo por uno, ni sentir de manera real el dolor que sentimos, la compañía y el cariño hacen que ese camino sea más llevadero y la carga de las emociones que aprietan el pecho se aligeren. Vaciar nuestro equipaje emocional para el reencuentro con la paz.
Sé también que al estar todo el tiempo pensando y re pensando en lo que ocurrió caemos en el vicio de maldecir ese día, la muerte, al dolor, a la pérdida… Eso consume innecesariamente nuestra energía, nuestras fuerzas para poder continuar, además de arrugar ya nuestro destrozado corazón. No conozco a nadie que maldiciendo se sienta mejor, al contrario, llena su alma de rabia, amargura y desosiego, lo sé porque me pasó. Cuando pude responder a la pregunta de qué hubiera preferido no haber conocido a Dari para no sufrir por su muerte, entendí que debía agradecer haberla tenido en mi vientre, entre mis brazos y finalmente en mi corazón. Ni todo el dolor que me causó su partida, iba a opacar los momentos felices y el amor que siento por ella.
Otra lección aprendida, la gratitud es la fuente de potencia que hace que quiera continuar con mi vida, haciendo grandes cosas con ella. Agradezcamos cada día, cada momento, que aquellos de felicidad están para ser disfrutados, y aquellos de adversidad, son para ejercitar y fortalecer nuestro sistema emocional, además de poder extraer, si así lo deseamos, el aprendizaje significativo. No pasan cosas malas para que aprendamos, nosotros elegimos extraer o no el aprendizaje de él.
Agradezco lo que fui, lo que soy y lo que seré, así como lo que tuve, lo que tengo y lo que tendré. Es la mejor postura que puedo asumir ante la vida.