Uno de los desafíos más grandes que pone el camino del duelo es retornar a la rutina. Pues por más que a nosotros la vida se nos detuvo el día de la muerte de Dari, el mundo seguía girando, los días pasaban y la vida continuaba. No fue para nada fácil volver, no solo a las situaciones cotidianas sino también a las costumbres familiares, volver a festejar fechas especiales, ir a lugares donde íbamos todos juntos, se tornó al principio una tortura.
La sensación que reinaba en mí era la de traición, pues en mi cabeza no podía continuar con la vida sin Dari. No podía volver a festejar sin ella, ni salir a pasear o simplemente pensar en planear vacaciones. Me costó mucho entender que esta vida es constante movimiento y que somos nosotros quienes nos movemos con ella.
Hice un esfuerzo para aceptar que todo sigue su propio ritmo, que no tenía el control, que nada se detuvo por mi dolor, solo yo, y que debía tomar consciencia de eso para ser parte nuevamente de este mundo junto a quienes me rodeaban y hacían que valga la pena continuar y disfrutar de la vida. Esa voluntad creo que me la otorgó Dari, que desde donde está me orienta con su amor.
Para poder proseguir con mi vida, primero debía sacar todo aquello que me pesaba, esas emociones que iban y venían, otras que se instalaban y hacían que mi camino sea más pesado, ya el dolor lo tornaba muchas veces imposible.
Opté por una de las mejores terapias, que era llorar, de hecho, hasta hoy día lo hago, no crean que porque pasaron los años ya no lloro por Dari, claro que sí, solo que ahora solo lo hago cada vez que me inunda la nostalgia. Además, las lágrimas son símbolo de emotividad, no que existe algo pendiente. Además, si hay dolor y amor es porque hay vida, y prueba de ello es el llanto.
Tampoco ya no me cuestiono el tiempo en que me pasé sumida en el llanto. Las lágrimas no son parámetros para medir si se avanzó o no en el duelo, ni tampoco mide el amor que tuvimos por nuestros seres queridos. Anteriormente pensaba que si no la lloraba era sinónimo de mi falta de amor, ¡¡Mentira!! o si lloraba demasiado, cosa que incomodaba a las personas a mi alrededor, me estaba exponiendo demás. Todos, pensamientos totalmente errados, nada ni nadie pueden medir el dolor, ni el amor, solo quien lo siente.
Lo más sano es llorar cuando se tenga ganas, no contenerse, es hasta dañino para la salud atajar el llanto, pues lo único que conseguimos es detener dentro nuestro, angustias, ansiedades, frustraciones y demás emociones que, si no las sacamos, nos tomarán como prisioneros, y el daño que nos harán muchas veces será irreversible.
Es por eso que les recomiendo que lloren cuando tengan ganas, no importa quien está a su alrededor, si es alguien que los aprecia y sabe sobre su pérdida, respetará las lágrimas y los acompañará. Si lo quieren hacer en soledad también es válido. Cuando estamos duelando la principal consigna es hacer lo que nos haga sentir bien, sin tener en cuenta lo que piensen o digan los demás.
En el capítulo del duelo de nuestra historia de vida, somos los protagonistas, y la empatía la debemos tener para con nosotros. Si lastimosamente nuestras lágrimas intimidan y molestan a los demás, habrá quienes sí sabrán que hacer, que es simplemente acompañar y dar ese hombro donde descansar la cabeza para que sea más fácil el descenso de las lágrimas.
Seguir llorando no significa que seguimos en duelo, tal vez ya logramos la aceptación y adaptación a esta nueva realidad sin la presencia física de quien partió. Aun así las lágrimas son excelentes desinfectantes, limpian y curan el alma de cada herida que alguna pérdida nos provoque. Llorar las veces que sintamos la necesidad es otro acto de amor para con nosotros, pues el momento de mayor intimidad donde debemos abrazamos a la vida.
La lección más importante que aprendí con el duelo, es que la mejor manera de homenajear a quién ya no está es volviendo a ser feliz, reanudando nuestras rutinas, tomando las riendas de nuestras vidas. No porque volvamos a salir, a disfrutar, a planear nos olvidamos a quienes ya no están físicamente, o los estamos traicionando.
Para mí, la mayor traición sería no vivir, solo existir sumida en la tristeza. Tan feliz fui al lado de Dari durante sus dos cortos años de vida, que sería desleal de mi parte morir sufriendo por ausencia, que disfrutar cada instante del tiempo que me quede rodeada de mis afectos, siempre agradeciendo los momentos compartidos juntas, y con la esperanza del reencuentro en la eternidad.