En el post anterior les había comentado sobre cómo pequeños pero poderosos ejercicios me ayudaron a admirar mejor el camino recorrido. A veces pienso que no hubo avance, que solo pasó el tiempo, y que, si bien duele menos, no hubo progreso. ¡Nada más lejos de la verdad! Claro que sí hay avance, y bastante, más de lo que hubiera imaginado.
Otra de las tareas que debía realizar era escribirle una carta al vacío que se generó después de la partida de Dari. Si bien a ese vacío lo conozco perfectamente, creí que el mismo ya se había saciado, más creo que no es así, y tal vez nunca se llene. Sé que hasta el cansancio repito que mi corazón y mi alma están llenos del amor de Dari, pero hay un huequito de ese vacío, el cual me recuerda su ausencia.
Les comento la dinámica del ejercicio, el cual consistía en pensar como me sentía con el vacío que se formó, y con qué cosas lo quise llenar. Si bien no recuerdo mucho de esa época, creo que es un mecanismo de defensa de mi mente, para no recordar esos días tan oscuros, más sí lo quise llenar inútilmente de actividades y de emociones, tratando de volver a “la normalidad”, la cual no existe y en mi caso, nada absolutamente nada, sería igual a antes.
Todo cambió, creo que no solo mi cabeza y mi cuerpo, también toda la estructura de mi alma y corazón, todo a mi alrededor, y eso es crecimiento. No en vano se dice que crecer duele y mucho, más sí el sendero del aprendizaje está lleno de obstáculos y lágrimas.
También debo admitir que no es lo mismo escribirle a este vacío que se achicó considerablemente, ya que a este lo fui cargando tanto de actividades, lecturas, personas y emociones, ya no como distracción sino como parte de mi esencia. Estoy segura de que sería muy diferente mi carta si el destinatario fuese ese inmenso hoyo negro que se formó en mi pecho el día en que me enteré que Dari murió.
Una prueba más de que no es el tiempo que lo cura todo, es lo que hacemos durante ese tiempo lo que permite que uno pueda sanar su herida, con dificultades, con grandes dolores, incluso con toda la voluntad en contra. Es un trabajo muy duro este del duelo, por eso no existe un plazo determinado para finalizarlo, más es inevitable no iniciarlo.
Quiero compartir con ustedes la carta que escribí a mi vacío y les invito a que le escriban también al suyo, para poder estar en paz con él. Pues por lo menos eso me pasó, que también me enojé con él, no quería percibir su presencia, más era tan monumental que competía con el dolor. Con la carta lo pude abrazar, así como lo hice con el dolor, y aceptar su presencia, que tal vez la sienta hasta el último día de vida. La carta dice así:
Querido vacío: Apareciste con el dolor en el momento exacto en que me enteré que Dari partió, tras sentir el dolor más desgarrador en todo el cuerpo. Te extendiste por todo mi ser, desde el medio de mi pecho. Llegaste vacío tan grande, tan infame, que no me dejabas respirar. Contigo se instalaron las interminables ganas de llorar, creo que te quería llenar con mis lágrimas, más no pude hacerlo. No sabía cómo salir de esa sensación, traté tanto, pero estaba aturdida, confundida, y demasiado dolida. Llegué al punto en que me abandoné por completo, no me atendí y te culpé por ello. Porque me centraba en vos, en cómo te sentía. Vos y el dolor eran lo más importante que tenía porque me recordaban que Dari ya no estaba conmigo.
Intenté colmarte con rabia, enojo, resentimiento, más no bastaron todas esas emociones, solo logré lastimarme más, envenenarme lentamente, pues en esos momentos tenía la intención de partir junto con Dari.
No quería la compañía de nadie más, contigo me bastaba, llegue al punto de sentirme segura a tu lado, vos me entendías, vos sí me comprendías, no podía ni quería ocupar tu espacio con nada, solo tu presencia era suficiente, aunque me dañara.
En las noches de insomnio pensaba y pensaba cómo podía seguir existiendo o cómo podía satisfacerte, y cómo sola no pude, pedí ayuda, y en terapia, encontré las herramientas para entenderte, abrazarte y por ende, aceptarte.
Aprendí a cuidarme de nuevo, a ejercitarme para calmar a esa loca que habita en mi azotea, y así oxigenar mi cabeza. Aprendí que no solo yo sufría con la ausencia de Dari, no tenía el monopolio del dolor, así fue que pude levantar la vista y ver a quienes me rodeaban. Ya no estuve ausente, me hice presente, con ganas de buscar un sentido a mi vida, quién se escondió cuando la muerte apareció.
Hoy con el corazón reconstruido tengo la intención de abarrotarte del amor que Dari me enseñó y me dejó, el cual me orienta e ilumina en mi camino por la vida.
Esta carta fue menos difícil de hacer, y con ella pude ver los avances realizados en este proceso. Mucho se aprende y mucho se crece en este recorrido. Si bien, la muerte de Dari no fue algo que hubiera deseado jamás, encontré la manera de extraer el aprendizaje significativo, me corrijo, no fue la muerte quién me ensenó, sino todo lo que tuve que trabajar en el duelo. La próxima les escribo sobre los demás ejercicios emocionales que me sirvieron.
Esto me hace afirmar que el duelo se inicia de manera segura. No hay forma de postergarlo, eso sí, hay dos maneras de recorrerlo, uno siendo espectador, sentado, inmóvil, solo esperando que la hora de que todo llegue a su fin; o siendo protagonistas, caminando, cojeando, incluso arrastrados, pero en movimiento, tomando obviamente los descansos que sean necesarios, para tomar aire y continuar. Esa es la manera más sana, es dolorosa, no les voy a mentir, más se llega a la satisfacción plena al notar el renacimiento de nuestra mejor versión. Sin miedo sigamos caminando juntos hacia la restauración total de la paz.
Maravilloso artículo para mí muy esperanzador, de mucho aprendizaje de como realmente el dolor por la muerte de un hijo puede transformarnos para bien aunque al principio no creamos que sea posible.
Muchas gracias por tus palabras y por leerme. El dolor nos transforma a nosotros, y también se puede transformar, gracias al amor que nos dejó nuestro ser querido que partió.
Un abrazo fuerte