Al principio de noviembre fueron días en los que estuve muy ocupada. Pues estaba organizando el cumpleaños número 15 de mi hija del medio. Esta preparación me costó mucho menos que la anterior. Pues mi hija mayor cumplió 15 años exactamente a los seis meses de la muerte de Dari. Todo era cuesta arriba. Incluso algo tan banal como decidir colores me costaba. No sé cómo lo hice, pero se lo debía a mi primogénita. Fue una fiesta inundada de emociones, marcada por lágrimas de nostalgia por quien no podía estar para celebrar ese día.
En aquel entonces pensé varias veces en cancelar la fiesta. No tenía energía, todo me costaba, pensar en planear era un reto, sin mencionar que me encontraba estancada en la estación del odio, resentimiento y rencor, esa etapa del duelo que es tan cruel como la depresión y en la que lastimosamente volví en varias ocasiones. Más todo lo que me pasaba no era justo que repercutiera en quien estaba tan ilusionada en conmemorar ese número tan significativo, ni tampoco para todos nuestros afectos que estaban expectantes de poder festejar el estar juntos.
Creo que la fuerza que obtuve me la envió Dari, o mi amor de madre para con todas mis hijas. Verlas radiantes fue un gran aliciente. Finalmente se festejó, y a pesar de la dulce tristeza que estuvo presente, hubo alegría, y felicidad. Celebrar la vida debe ser así, a pesar de… y no porque tenemos todo lo que queremos. Esa debería ser la actitud.
Esta vez fue abismal la diferencia, la actitud, las ganas. El entusiasmo se sentía y embriagaba un ambiente de jolgorio como debe ser en días de fiestas. Pude apreciar también cómo el recorrido del duelo nos ayudó a sanar, como si había un deseo inmenso de celebrar, que lo único que pensaba era que tengamos una noche maravillosa y que podamos disfrutar con familia y amigos, en nada más.
Eso no quiere decir que no pensé en Dari. De hecho, no hay un solo día que no lo haga, pero esta vez no con melancolía y dolor, sino con alegría. Me la imaginaba corriendo vestida para la ocasión, creo que así fue desde su cielo, desde donde siempre nos mira, juega y celebra con nosotros.
No solo se deben festejar los cumpleaños y fechas especiales, sino se debe celebrar y agradecer la vida, con alegría y felicidad. Obviamente es fácil decirlo y un poco más difícil de sentirlo y lograrlo. Pero la felicidad existe después de la muerte, y no está a la vuelta de la esquina, ni es algo que debemos perseguir de manera obsesiva, más si se presenta la oportunidad la debemos tomar y disfrutar.
Para mí esa felicidad se traduce en poder compartir con mis afectos, tanto familia y amigos, no solo en fiestas o días festivos, incluso en la tranquilidad de un día, con un café en compañía o en la soledad de mis pensamientos, volver a tener la paz que la muerte me robó, esa es mi definición de la felicidad.
Al poco tiempo de la muerte de Dari, pensé que jamás volvería a sonreír. Y lo hice. También que jamás volvería a festejar nada, y lo hice. Pensé que jamás volvería a ser feliz, ni que tendría paz en el alma. Que mi corazón quedó destrozado para siempre, que no tenía sentido seguir viviendo, que el vacío de mi pecho jamás sería llenado y que el dolor me acompañaría hasta el último de mis días.
Hoy sonrío, festejo, y atesoro mis momentos de felicidad. Tengo mi tan ansiada paz. Mi corazón está en proceso de reconstrucción con algunas reformas de ampliación, que me permite albergar a más personas y más amor. Entendí que el sentido de mi vida misma era yo, y que me debía y le debía a Dari, hacer algo con eso y más si ese algo era ayudar y apoyar quienes lo necesiten.
Mi vacío disminuyó su tamaño, y ya es amigo, por tanto, respeto el espacio que ocupa en mí. En cuanto a mi dolor, ya no tan grande, se hace presente de vez en cuando para recordarme cuanto extraño a Dari, y lo lindo que hubiera sido verla crecer entre nosotros. Y el amor que ella me dejó es más fuerte que el dolor de su partida.
Aprendí que una vida feliz es el equilibrio entre lo que pienso, siento y quiero. Repito, no es fácil, toma mucho tiempo, trabajo y esfuerzo, y ese trabajo implica conocerse, aceptarse y quererse como uno es. No me gustó lo que vi al principio, cuando hice esa introspección, entonces tomé la oportunidad de cambiar y dejar lo que sí quería, lo que sí servía.
Entendí que la paz no se negocia con nada ni nadie, que es lo único que hará que el resto del viaje valga la pena. Que la existencia puede ser tan efímera que no se debe malgastar el tiempo invirtiendo energía en situaciones que nos hagan sufrir o en circunstancias que están totalmente fuera de nuestro control. Prefiero hacer lo que me corresponde, disfrutar de lo que tengo, recordar a quién no está, con la esperanza del reencuentro y afrontar los nuevos desafíos con gratitud por todos los aprendizajes que vienen adheridos.
Para mí es una obligación volver a ser feliz. No es traición, debemos creer que es posible y así será, en memoria de quien partió sin querer hacerlo, en honor a todo ese amor sin tiempo ni espacio que nos dejaron. Por nosotros, por ellos y por los presentes. Comparto esta frase que leí por ahí y que me ayudó a encontrar luz en mis tiempos de neblina: “La alegría y la felicidad de haberte tenido venció al dolor de tu pérdida”.