Gracias al duelo descubrí que no porque duela más o sufra más mi amor fue más intenso. Eso no es verdad. Esas creencias limitantes que en ocasiones nos impusieron, y otras nos vendieron, las creemos y no contribuyen en nada en nuestro desarrollo como persona y mucho menos cuando se trata de duelar. Es cierto, el duelo proviene de la palabra dolor, más eso no significa que estémos condenados a arrastrar a ese dolor como un grillete en la pierna por toda la eternidad.
Tampoco es necesario que todos sepan que nos duele el haber perdido, o que necesitemos como un cartel con luces de neón anunciando que estamos en duelo, no. Con tal que lo sepamos nosotros y que trabajemos ese proceso basta. Sé que es fácil juzgar a alguien por su apariencia, incluso por su actitud ante ciertas circunstancias, pero eso no determina lo que siente realmente en su corazón y cómo vivió lo que le pasó.
Me costó comprender todo eso, es más, cuando empezó mi duelo por la muerte de Dari, estaba convencida de que nunca jamás volvería a sonreír, y mucho menos ser feliz. Que todo ese dolor y sufrimiento me acompañarían para siempre. Los aceptaba y abrazaba como un castigo tontamente merecido, una crueldad excesiva conmigo misma.
Ese tipo de pensamientos creo que se implanta desde la niñez, por lo que se nos repite, o por lo que uno ve, incluso, por lo que se impone. Recuerdo cuando recién había fallecido mi papá, yo tenía como 23 años. Después del sepelio me bañé y me dispuse a vestirme con una sudadera rasada clara. Mi mamá se molestó tanto conmigo que hasta hoy recuerdo lo que me dijo, que era una falta de respeto para con ella y mi papá, agregando, por supuesto, qué va a decir la gente si te ve vestida así. Se me quedó grabada su reacción. Si bien nunca vestí un luto riguroso, desde ese momento omití los colores claros y fuertes ante la partida de un ser querido.
Con el tiempo no tomé en cuenta esa situación hasta la muerte de Dari. Por primera vez quise vestir solo de negro, para que todos sepan que sufría un dolor desgarrador, no sé si era una necesidad imperante de dar lástima, porque ese sentimiento era el que despertaba incluso para conmigo misma. Sumado a la desesperación de que no la olviden. Mi pobre cabeza estaba sumida en un torbellino y no comprendía que a ella jamás la olvidaría todo aquel quien la había amado.
Cuando por fin tomé la decisión de trabajar mi duelo, dejando de pensar de que fui víctima de una tragedia y asumir las riendas de mi vida, me di cuenta que no importa el color que me vista, eso no va a medir el amor que siento por Dari, ni el dolor que me causó su muerte. Solo hacía que influya negativamente en mi humor y en la de los demás.
Entendí que era inútil tratar de cuantificar el sufrimiento y hacerlo equivalente a cuanto amé a Dari. Es decir, no porque sufra mucho es sinónimo de que amé mucho, para nada. Era un concepto errado que tenía del amor, es más, hoy pienso que pensar así es amar mal. Tanto era mi pensamiento que me privé de varios momentos agradables porque según mi mente como que no los merecía. Ni el merecimiento, ni mucho menos el amor, se pueden medir teniendo como parámetro el dolor.
Con esto no digo que el dolor se fue totalmente, éste se acomodó, se transformó, mas, el sufrimiento ya no está pues opte por soltarlo, así como me aferré al amor de Darí, solté eso que me hacía sufrir innecesariamente, ya que no debía demostrar nada a nadie, yo amé, amo y amaré a Dari por siempre. Lo hice desde su concepción hasta su muerte y lo seguiré haciendo hasta nuestro reencuentro.
No se vale juzgarnos, ni mucho menos juzgar a otros por como y cuanto está sufriendo, esa herida que provocó la pérdida es un lugar sagrado que no merece ni siquiera ser mirado sin permiso, pero sí necesita de todos los cuidados extremos para sanar, para así formarse esa cicatriz que nos recordará, no la intensidad del dolor, sino del amor incondicional.
Soltar el dolor excesivo, y aferrarnos al amor, es lo que nos hará avanzar en el camino de la sanación, es lo que nos salvará y nos llenará de esperanza de volver a sonreír, de volver a ser feliz.
Como diría Lorena Pronski en una frase: “Sin barro no hay loto”. Lo cual es cierto, se necesita abono para florecer, más no se necesita sufrirmiento, ni dolor para amar de manera infinita.