Con el correr del tiempo, mirando fotografías mías y las de mis hijas, me doy cuenta que ellas tienen algo mío, de su papá o de sus abuelos, o algún pariente cercano. La genética no miente y siempre sobresale. En este caso Dari heredó los colores de mis ojos, sí, la única de las tres que más se me asemeja, a pesar de que ella tenía los cabellos dorados como el sol, y la piel blanca con las nubes.
Sus ojos profundos, verdes, grises a veces, y en ocasiones hasta un poco azules, eran mi más puro reflejo. No voy a negar que desde que se definieron los colores de sus ojos, me emocionó saber que compartíamos el mismo defecto genético, los claro oscuros en la mirada.
Después de su muerte nunca pensé en eso, hasta que me visitaron los recuerdos, ayudados con una que otra fotografía, donde se podía apreciar el parecido. Una agridulce sensación, saber que quién más se parecía a mí, ya no estaba físicamente, ya no podría cotejar durante su crecimiento si esa semejanza seguía se acentuaría o disminuía. Otra de las cosas que se llevó la muerte consigo, solo me dejó mi capacidad de imaginarla, aunque debo confesar que prefiero recordarla así como era un bebé de dos años y medio, con esa inocencia sin igual.
Es también doloroso pensar en todo eso, no solo en su ausencia, en lo que me falta, en lo que me privó su muerte, mas trato de que el recuerdo de todo lo que vivimos juntas sea más fuerte, para así poder seguir viviendo honrando su memoria, disfrutando de ver crecer a sus hermanas, quienes también tienen un cachito mío y la misma sonrisa que engrandece el alma y la idéntica mirada que Dari, solo que con diversidad de colores, con diferentes simetrías y características que también las hacen únicas.
Así que hoy puedo ver a Dari no solo en sus hermanas, sino también en mis ojos, en esos colores que compartimos, por más de que mi visión ya esté cansada, aún se colman de emoción y ternura al recordarla. Y me llena de alegría saber que uno de mis bienes más preciados es el recuerdo de sus colores, de sus miradas. Hoy me reflejo yo en ellos.
Una vez conté que ella fue mi bebé arco iris, que vino a este mundo en un momento de oscuridad, a usarnos como lienzo de su acuarela preferida, no podía ser de otra manera, ya que estaba hecha de colores y de luz.
Con su partida estuve convencida de que con ella también se fueron mis ojos, qué equivocada estaba, en mis ojos está ella más viva que nunca. En mi corazón sigue jugando y danzando porque simplemente su amor es infinito. Mis colores favoritos los compartidos con ella, ese verde, el de la esperanza, y la cual me da la certeza de que en cuanto llegue mi momento nos volveremos a reencontrar en la eternidad.