La vida no se detiene, la misma sigue su curso, pasa el tiempo, pasan los días, las semanas, los meses, los años, y así sin más, se acercó un cumpleaños más. Cada 11 de agosto es diferente, ya no duele tanto, las ausencias, tampoco es una euforia frenética de festejar, que no es más que una felicidad falsa y tóxica, es más bien para agradecer lo que hay, con los que están, en un ámbito de verdadera intimidad, disfrutar de los verdaderos afectos y valores que fui encontrando durante el transcurso de esta mi línea de tiempo.
Si bien, desde la partida de Dari, todas las fechas especiales se volvieron agridulces, también se convirtieron en momentos de reflexión, ya que tengo otra mirada a lo que viví, de lo que pasó, y de lo que tengo a mi alrededor. Otra perspectiva de mi mundo, de la realidad a la cual pertenezco, ya no me peleo con ella, no solo la acepto, sino también la abrazo.
Sin ánimo de parecer soberbia, hay una frase que bastante me define, es una atribuida a Nitzsche y dice así: “La grandeza de una persona se mide por su capacidad de amar la realidad que le tocó vivir”. Nunca me gustaron las etiquetas, más esa expresión se acerca tanto a lo hoy soy, pues confirmo que, a pesar de haber estado sumergida en el infierno del dolor, no cambiaría en nada, en absolutamente nada la realidad que me tocó, porque en ella conocí el verdadero amor incondicional. Esta realidad que se impuso siempre, la cual prosigue y espero que prosiga por muchos años más, ya que apenas estoy aprendiendo a disfrutar de ella.
El disfrute que fue y es una de las lecciones más difíciles que tuve que enfrentar, y la que aún sigo en proceso de aprendizaje, me abrió los ojos ante todo lo que realmente es esencial. Así pude ver, disfrutar y valorar, en un viaje, los paisajes del camino. Me enseñó qué no importa que tan deliciosa sea la comida o que tan costoso y fino sea un vino, o las cosas materiales que podamos acumular, lo que verdaderamente importa es con quien podamos compartir esa comida, esa bebida, es decir, lo verdaderamente esencial son los momentos que pasamos juntos con quienes amamos.
En estos días de haber cumplido un año más, puedo afirmar, que, desde hace cuatro años atrás, me sentí morir tantas veces y a pesar de ello aprendí a volver a vivir, a sonreír y a ser feliz. Volví a nacer, si bien fue un nacimiento en extremo doloroso, hoy ese sufrimiento es solo un recuerdo de lo valiosa que fue la vida de Dari en la mía. Que esa huella que dejó en mi alma es perpetua, así como lo es su amor. Y que todo lo que ella vino a enseñarme se convirtió en un compromiso para ayudar a todo aquel que lo necesite.
Hay una frase del Dr. Bucay que dice: “Yo soy lo que soy gracias a lo que perdí, no gracias a lo que obtuve”. Es así como siento que soy, tuve que perder lo más valioso que tenía para encontrarme y espero no volver a perderme jamás, es un compromiso que asumí en mi momento de mayor vulnerabilidad, por lo tanto, es ley de vida para mí.
Esta mi nueva versión que se fue edificando con los escombros de mi corazón, está dispuesta y abierta a encontrarse y no soltarse jamás, independientemente al rol que pueda desempeñar, sigue trabajando en esa edificación, para ser mejor cada día, enfocándose en no dejar escapar los momentos felices, porque a este mundo vinimos para eso, para ser feliz, en soledad o en compañía de los afectos, fortaleciendo así esa paz interior que tanto trabajo me costó llegar.