El duelo ¿Dónde y cómo comienza?
Creo que el duelo comienza desde el instante en que uno siente que algo se rompió. Eso me sucedió a mí el día en que me informaron sobre la muerte de Dari. Lo que recuerdo de ese día, es que lo sentí como un espectador de una película de terror. En ese momento apareció el dolor, fue tremendo. Me quemaba desde el fondo del pecho y se esparcía por todo mi cuerpo. Hizo que mi corazón se rompa en miles de pedazos.
Recuerdo perfectamente la expresión del rostro del médico que me dio la noticia: Reflejaba impotencia y tristeza. Tal vez por ver a alguien tan frágil y pequeña apagarse en sus manos.
A pesar del trago de cicuta que tomé en ese instante, sentí humanidad de parte suya y de los demás que intervinieron en ese momento.
Luego se venía otra situación angustiosa: Comunicar a la familia. No podía emitir una sola palabra, seguía en estado shock, escuchando desde lejos las conversaciones de Raúl, mi esposo, contando a mis hermanas, a la suya y a su papá lo ocurrido. No tenía conciencia del tiempo. En minutos llegó mi familia. Yo solo los abracé y les pedí que no dejen sola a Dari, que ya estaba en la morgue del sanatorio. Ya mis fuerzas no eran suficientes para esa tarea. Me encontraba en el limbo, en una pelea interna entre tratar de entender lo que pasó y el deseo inmenso de mi corazón que esperaba que todo fuera una mentira. Mi familia se ocupó de la tediosa tarea de preparar todo para el velorio de mi bebé.
Pero aún me quedaba otro trago más amargo: Contarles a mis hijas mayores que su hermana pequeña, la bebé de la casa, ya no estaba. Al ver sus rostros y sus miradas atónitas pude sentir perfectamente como mi corazón explotó en miles de pedazos. No pude emitir una sola palabra. Solo lágrimas de dolor y abrazarlas lo más fuerte posible, sabiendo que ellas tenían un poco de mi pequeña que había partido. Obviamente esa madrugada nadie descansó, solo pudimos arreglarnos como pudimos y buscar desesperadamente uno de los peluches favoritos de Dari, para que en su descanso eterno esté acompañada de una de las cosas que amaba.
Después de encontrar al chanchito rosa, partimos hacia el salón velatorio. Los teléfonos no paraban de sonar. Es lo que recuerdo, porque ni siquiera pude mirar la pantalla. Creo que alcancé esa madrugada a avisar a unas amigas el desenlace inesperado. Así es la muerte, a veces no se anuncia, simplemente llega, inesperada, inevitable, irreversible y absoluta.
Si bien dije que mi corazón estaba hecho trizas, luego comprendí que el mismo, al estallar, se abrió. Se extendió haciendo más lugar y así pude cargar dentro a más personas y situaciones que me acompañaron, apoyaron y alivianaron mi camino. Así también el dolor se hizo amigo. Ya no verdugo, y supe que fue el precio que tuve que pagar por haber tenido a Dari en mi vida. Al dolor lo pude soltar cuando llegué a la tan ansiada meta de la aceptación y transformar este duelo en testimonio de vida. Fue entonces que pude comprender que la vida es igual que la muerte: Inesperada, irreversible y absoluta. También que el amor verdadero es eterno e infinito. No necesita ni de tiempo ni de espacio para demostrarlo y sentirlo, está presente en cada día y cada instante.
En otro material les seguiré contando cómo vivimos el velorio y todo lo que nos ocurrió a partir de ese día.
Susi con cada frase que escribís te admiro, te respeto y estoy orgullosa de ser tu amiga. Eres una mujer fuerte, valiente y noble. Brindaremos con chocolate caliente ☕☕☕en nombre de la hermosa Dari
Gracias Clarita querida!! Siii muy pronto podremos brindar con un rico chocolate. Un abrazo fuerte!!