El trayecto del duelo no es lineal, es un camino bastante accidentado. Es como un electrocardiograma, con subidas y bajadas. Se atraviesan cinco etapas o estaciones, como me gusta llamarlas. Durante el recorrido, se puede saltar de una a otra, o vivirlas todas a la vez. O avanzar y volver a la primera. Pero para entenderlas mejor, voy a hablarles de la primera estación, la negación. Al principio es un mecanismo de defensa de la mente, que luego se convierte en una tortura que ataca sin piedad si nos quedemos mucho tiempo en ella. Debemos movernos para poder avanzar. Es como aferrarse a la idea de que lo que ocurrió no es real, con la esperanza de que exista una equivocación, o que todo sea una mentira. Hasta que esa esperanza se desvanece al ver el cuerpo inerte de nuestro ser querido. Al menos a mí me pasó eso al llegar al velorio, donde la realidad me dio un golpe tremendo en medio mismo del pecho.
Todo parecía que miraba como un espectadora. Todavía no podía creer lo ocurrido. Apareció la negación como mecanismo de defensa. Al ver el cajón blanco donde reposaba mi niña, no aguanté y me desplomé en un llanto desesperado. Pero aun así logré darle un beso en la frente, parecía dormida, solo que la frialdad de su piel me confirmaba que ella ya no estaba allí.
Mis hermanas estaban firmes como soldados resguardando un tesoro. Fueron ellas las que hicieron de soporte ante nuestra inminente caída. Recuerdo sentarme al lado de la cabeza de mi pequeña y vigilar su descanso eterno.
La primera estación del duelo empieza como un mecanismo de defensa que termina lastimando cuanto más nos quedemos en ella.
Lo mejor es avanzar, solo se puede llegar a la meta dando el primer paso.