Una de las cosas más difíciles que se me presentó durante el duelo: El enojo contra Dios

Me pasé los siguientes meses pensando y rememorando qué pude haber hecho para ser castigada de esa manera. En qué fallé, qué hice o qué no hice. Repasé cada momento de mi vida, cada instante, cada “pecado” o lo que yo consideraba pecado. Paradójicamente seguía yendo a misa los 14 de cada mes, pues creía que la revancha de Dios contra mi reproche sería fatal. Ya no quería arriesgarme a perder a nadie más, ni sumar más sufrimiento a todo el dolor que ya padecía.

En ese entonces tuve un episodio de hipertensión. Si bien lo padezco desde mi adolescencia, mi estilo de vida, más el stress galopante del duelo contribuyó a ese colapso. Me asusté al principio, no lo voy a negar. Después pensé si es así como debo terminar, más temprano que tarde voy a reunirme con Dari. No fue así, solo fue una advertencia de mi cuerpo, que me llevó al medicamento y en tratar de adoptar mejores hábitos.

Esto no solo me sucedió a mí, sino también a Raúl. En su caso fue mucho más dramático y ahí sí les aseguro que mi miedo fue extremo. No podía sacarme de la cabeza qué haría yo sin él. El pico de tensión en él fue muy alto y persistente. No bajaba con ningún medicamento. Tuvo que quedarse en observación unas horas. Fue derivado al cardiólogo, quien ya lo había agendado para iniciar un tratamiento urgente.

El día de la consulta yo lo acompañé, volviendo al sanatorio donde había visto viva por última vez a Dari. Eso nos causó cierta impresión, pero bueno, en ese momento estaba en juego la salud de Raúl. Las recomendaciones del médico no solo se ciñeron en sugerir un mejor estilo de vida, con dietas y ejercicios físicos, sino también nos recitó el pasaje bíblico de Job. No podía creer lo que estaba escuchando. Obviamente lo hacía con buenas intenciones, pero creo que le ganó de mano su fundamentalismo religioso.

Si bien él conocía las circunstancias de la muerte de Dari, nosotros en ningún momento le manifestamos alguna crisis religiosa. Creo que trató de justificar a Dios por lo que había ocurrido o trató de explicar lo ocurrido atribuyéndole a Dios dicho acto. No sé la verdad, lo único que consiguió fue que yo quisiera que se callara y salir corriendo de ese lugar. Esa sensación también la había experimentado cuando en el velorio y en ciertos mensajes la gente me comparaba con la Virgen María. “¡No, basta!”, pensaba. Jamás se me cruzó por la cabeza compararme ni querer ser como la virgen María. Pensar en eso no traía alivio a mi corazón, al contrario, generaba resentimiento.

El episodio con el médico y su exposición sobre Job, no hizo más que aumentar mi rabia hacia Dios. Pues según él explicó, y yo entendí, Job fue puesto a prueba por Dios por eso habían muerto todos sus hijos y había perdido todos sus bienes. Pero como su fe se mantuvo intacta, Dios le recompensó con otros hijos y nueva fortuna. Yo pensaba: “¿En serio querés que piense que esto es una prueba y que una persona puede ser reemplazada por otra?” Ni si vuelvo a tener tres hijos más de seguido, se aliviaría el dolor por la muerte de Dari.

Salí tan enojada, no le dije nada a Raúl, pues en ese momento lo importante era que estuviese bien, e iniciar el tratamiento y cambiar nuestras costumbres diarias para tener una mejor calidad de vida.

Pero esa parábola seguía en mi cabeza y en las noches reprochaba. Sí, porque mis conversaciones con Dios siguieron, pero eran cuestionamientos: “¿Por qué a mí?”, “¿Qué hice?” “Si siempre hice lo mejor y nunca dañé a nadie adrede”, lo increpaba, diciendo que me muestre qué fue lo que hice mal, para estar pagando tal sufrimiento, pasando noches en vela una vez más, sin obtener respuestas. Hoy pienso qué contradictorio. No negaba la existencia de Dios porque estaba enojada con él, seguía creyendo sí, porque necesitaba una respuesta a esa pregunta que cada día me envenenaba el cuerpo y el alma.

Reconozco que nunca fui muy religiosa, cumplí con los sacramentos que mi familia me inculcó, pero cuando pude elegir ya no seguí. Por ejemplo, no hice la confirmación, no participo de la comunión, pero lo hago por respeto en realidad, porque hace tiempo no me confieso, además de sumarse que no estamos casados por iglesia, entre otras cosas…Pero que despiadada es la mente, porque llegué a pensar que era por eso. Se imaginan que Dios decida lo siguiente: como Susana no cumplió con todos los sacramentos, la voy a castigar, disponiendo de la vida de su pequeña hija. ¡¡No!! Ese Dios cruel no es en el que creo.

Si bien, los mandatos de mi familia al respecto siempre fueron muy fuertes como que tenía que ser buena para que Dios “no me castigara”, conforme fui creciendo, no creía en ello, pero evidentemente que se me quedó clavado en el inconsciente.

En mi búsqueda de porqué Dios castiga y permite la muerte de una inocente, me pasé horas de terapia discutiendo eso. A lo que mi terapeuta muy atinada me dijo algo que se quedó haciendo ruido en mi cabeza: “Yo no creo en un Dios castigador, ni le tengo miedo. El Dios en el que creo es puro amor, quien me promete la vida eterna después de la muerte, sin sufrimiento ni dolor”.

En ese momento no entendía, pero escuchaba atentamente todo lo que me decía, pues era la persona en quien más confiaba y dejaba que revisara y limpiara mi herida abierta.

Las mayores respuestas encontré en un libro que adopté como de cabecera, titulado: “Cuando a la gente buena le pasan cosas malas”, de Harold S. Kushner, un rabino quien obviamente tuvo una crisis de fe cuando su hijo pequeño fue diagnosticado con una enfermedad degenerativa, la cual acortaría su vida antes de llegar a la adolescencia. Tuvo que vivir sabiendo que su hijo en cualquier momento podía morir. Pero el libro no trata propiamente de su vida  ni  la de su hijo, más bien de cómo este acontecimiento puso en duda su fe y como pudo direccionar esa fe en descubrir que Dios nos ama a todos, buenos y malos, y no está eligiendo a quien le va a suceder una tragedia o no. También me ayudó mucho un texto lanzado recientemente por el sacerdote jesuita José Luis Caravias, titulado “Dios Cuestionado”, 42 interrogantes que generalmente surgen cuando ocurre algún evento que nos desestabiliza por completo, y sus respuestas.

En el próximo post, me centraré en abordar contenidos de estos dos textos que me dieron mucho sentido y sobre todo respuestas, a los cuestionamientos que tenía.

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