La aceptación, la estación más esperada en el camino del duelo

La aceptación es la estación más esperada de todas. En realidad, es el puerto final de este camino de lágrimas y dolor. Con cierta ansiedad deseaba llegar hasta aquí. Fue el inicio de la reconstrucción de mi mejor versión, a partir de los escombros de mi alma y corazón. Fuera de creer que estaban acabados, al armarlos de vuelta, me percaté de que se ampliaron, de manera que en ellos se pudieran concentrar más personas, más afectos.

Ya cuando tomé la decisión de salir del pozo de la depresión, porque es una decisión, la cual cuesta mucho (es 90 por ciento voluntad), una vez que estuve predispuesa a sacudir mi cabeza, con la ayuda invaluable de la terapia, pude callar a la loca que habita ahí, y que de vez en cuando sale a jugarme una mala pasada, cuando por fin se calló, pude levantar la mirada y observar detenidamente el paisaje de este viaje. Me encontré con muchas personas maravillosas pendientes de mi bienestar. Obviamente entre esas personas estaba mi familia, amigos y afectos, sin los que todo este esfuerzo que me llevó ponerme de pie hubiera sido imposible. Así también el recuerdo imborrable del amor de Dari.

Advertí que me encontraba en esta etapa, cuando tuve que tomar una decisión, debía elegir entre dos senderos: Uno, en el que seguiría sufriendo, reprochándome, torturándome por algo irreversible, dónde no se acabarían las preguntas, sin respuestas, dónde solo habría culpas, enojos, y más dolor del que ya portaba. Al mismo tiempo se abría otro, el de aceptar la vida como es y no como yo quisiera que fuera. Entender que la muerte también es parte de ella y que también yo tenía fecha de expiración en cuanto llegue mi deceso. Entonces por mí, por mi familia y por Dari, elegí aceptar a la vida.

En ese entonces ya había transcurrido más de un año de la muerte de Dari, tiempo en el que pasaron una diversidad de situaciones, tanto buenas como malas, así como es la vida. Cuando mi alma y cabeza estaban en armonía quise hacer algo para rendir homenaje a Dari, quería que sea algo inmortal como su belleza y su amor.

En la búsqueda de “eso” especial, me encontré con un cuento maravilloso de Robert Fisher, “La mariposa más pequeña”. Narra las aventuras de una pequeña mariposa que el día que nace se entera que solo viviría un día. Al principio se puso triste, pero luego decidió que ya que viviría un solo día, lo iba a vivir intensamente, viajando por todo el mundo y amando sin medida. Una de mis frases favoritas de ese cuento es: “La mariposa es el símbolo de la inmortalidad porque incluso cuando su cuerpo se ha ido, su belleza perdura para siempre”. Es por ello que elegí esta frase y a la mariposa como emblemas de Dari. Yo la siento así. Aún sin su presencia física ella, al igual que su amor, son eternos.

Pensando cómo podía ofrecer un regalo a Dari, se me ocurrió que sería lo más representativo hacer un mosaico, con pedazos de cerámica. Empecé a buscar y encontré la técnica de Antoni Gaudí que se llama Trencadís. Me cautivó, porque su significado es “roto”. A partir de las piezas rotas al azar, se podía armar las obras más bellas. Así rotos como estábamos, empezamos a armar nuestro mosaico, un proyecto familiar: Así surgió el árbol de la vida, mi árbol, nuestro árbol, con nuestra mariposa en el centro. (El mosaico está en la portada de este blog).

El trabajo fue bastante arduo porque es grande. Estaba empeñada en que esté terminada  para el 17 de marzo, fecha del nacimiento de Dari, ya que se trataba de un obsequio, y sería expuesta ante amigos y familiares. Ya tenía todo fríamente calculado y planeado, hasta que llegó la pandemia, y una vez más, la vida me demostró que ella transcurre como debe ser y no como yo quiero que sea. Al principio me llenó de rabia, porque no iba a poder ser como quería, sumándose la incertidumbre de todo lo que significaba la cuarentena obligatoria.

Igualmente terminamos el mural para la fecha estipulada. Fue reconfortante ver como a partir de pedazos irregulares, se podía crear algo tan hermoso. Yo sentía que no solo era el regalo para Dari, sino era la representación mía y de toda mi familia. Un árbol al que a pesar de que le arrancaran una de sus ramas, seguía en pie gracias a sus raíces fuertes.

En el mural no solo estaba Dari, también mis padres, mis hijas, mi marido y todos mis afectos. Celebramos el haber tenido a Dari en nuestras vidas, la recordamos con nostalgia dulce y agradecimos por lo que fue su vida, y por la vida de las personas que nos acompañan siempre.

En medio de la consternación de la pandemia, surgió la posibilidad de estudiar la Tanatología, la cual ya conocía y leía al respecto. En las primeras clases aprendí que el símbolo de ella era la mariposa, lo que me dio la certeza de que se trataba de otro regalo de Dari.

Aprendí realmente el significado de disfrutar la vida, de aceptarla como es, que vale la pena vivirla y que vinimos a este mundo a ser felices, es un compromiso con uno mismo, es amor propio y ese amor debe hacerse valer bajo cualquier circunstancia. Encontré a la vez la paz, la calma, con conciencia de ello, ya no actuaba pensando en lo que pasó o desde la angustia, sino estando en el presente rodeada de mis grandes tesoros.

Incorporé a mi vida está premisa: “Hice todo lo mejor que pude con los recursos que tenía y las circunstancias en las que estaba”, ya no me juzgo por el pasado, por algo que en ese momento no sabía, o no había forma que sepa. Si hoy tengo más conocimiento es a partir de este dolor, que me hizo entender al otro cuando sufre, me hizo más empática, hizo que entendiera a la vida como es, sin cuestionarle, ni reprocharle nada, que esta no castiga a los malos ni premia a los buenos, a todos les pasan cosas buenas y malas, no soy lo que me pasó, en realidad es la postura que asumí ante lo que pasó la que me define como persona.

Pude hacerme cargo de mi vida, de este dolor que generó la pérdida de Dari. Acepté que no podía cambiar los hechos, que no ganaba nada siendo víctima. Que si ya lloré, ya me lamí las heridas, ya disfruté de la estadía en ese pozo, era hora de que me pare y continúe en memoria de quien me amaba más que nada en este mundo. Porque es cierto, yo era una de las personas más importantes para Dari, cómo me iba a permitir hacerme daño. Además, resistirme ante la realidad, solo hacía que persistan esas emociones que daban golpes bajos a mi estropeado corazón.

Comprendí que todo nuestro ser está diseñado para soportar las pérdidas. En este viaje pude cerrar no solo el duelo por Dari, sino también todos aquellos que estaban congelados en el tiempo, como sentí con mis padres, con cada dolor, con cada caída. Es increíble como al mirar atrás uno puede ver todo lo que recorrió y todo lo que estuvo dispuesto a aprender, incorporar a la resiliencia como forma de vivir. Porque las cosas no pasan para que nosotros aprendamos algo, está en nosotros extraer el aprendizaje significativo de lo que ocurrió. Yo aprendí que la muerte sucumbe ante el amor, el cual es eterno. Que toda herida se cura por fuera pero la sanación final llega desde el fondo de nuestro ser y que soy la única responsable de curarla y sanarla, por más de que esté convencida de que el daño lo causó otro.

Durante la evaluación final del diplomado en Tanatología, me hicieron una pregunta que me sacudió como un temblor. Me preguntaron si yo hubiera preferido no haberle engendrado, y por ende, no haberla conocido a Dari. Mi respuesta fue inmediata sin titubeos, claro que no, no existe ningún arrepentimiento en haberle dado vida a Dari, de haberla conocido, criado, mimado y disfrutado, es más, solo hay agradecimientos por todos esos momentos que pasamos juntas que hoy son mis recuerdos más valiosos.

Es así que cuando lleguen a esta instancia háganse esa pregunta por más de que parezca absurda. Háganla, y con la mano en el corazón respondan, estoy segura que contestarán como yo lo hice, pues siempre las alegrías, la ternura, y el amor, siempre, siempre pesarán mucho más que el dolor de la ausencia, porque no les voy a mentir diciendo que esa ausencia no dolerá, claro que sí, pero cada vez menos y el recordar, o hacer algo en memoria de ese ser tan especial hará que el corazón se llene de júbilo. Lleva su tiempo, es un proceso, todo es posible sin prisa pero sin pausa.

Ahora en cada fecha significativa, en la que recordamos especialmente a Dari, añadimos un diseño más al mural, honrando la memoria de ella, creando belleza. Así también este proyecto de escribir la historia de mi mayor pérdida lo tomé como un compromiso para acompañar, ayudar y apoyar a toda persona que esté atravesando por el mismo dolor. Tocar la vida de otro como lo hicieron conmigo, llenando mi alma de un sentido de vida.

Quiero compartirles estos pensamientos que a mí me fueron muy útiles y los incorporé:

Agradezco de todo corazón todo lo que Dari me dio, me enseñó; y si el dolor es el precio que pagué por haberla tenido en mi vida, pues lo pago, una y mil veces”.

Nada nos compromete más con la vida que la muerte misma. Tomar conciencia del tiempo hace que podamos tener un proyecto de vida. No desperdiciar lo valioso que tenemos, que es el tiempo, estando enojados, deprimidos, haciéndonos daño o lastimando a los demás”.

Amar sin apegos, amar a alguien con quien compartir el camino, darle vida a uno para que tenga vida propia no para que sea una extensión de uno mismo”.

Otra de las cosas que me ayudaron a morar definitivamente en la aceptación es un ejercicio que lo hago de vez en cuando: Es imaginar cómo sería el primer encuentro y qué nos diríamos con Dari. Les confieso que al principio fue muy difícil, pues me llenaba de melancolía pensar en esos términos, y luego con el correr del tiempo, ya me pude imaginar de mil formas. La primera vez costó, pues si ella me preguntara: ¿Qué hiciste mamá desde que me fui? y yo le contestaría, pues me pasé llorando, maldiciendo tu partida, culpándome por tu muerte… y demás pensamientos oscuros por los que pasé. Creo que se sentiría mal, y decirle que me perdí de disfrutar de la compañía de sus hermanas y de su papá, a quienes también ella amó sin medida creo que sería hasta cruel. Está claro que cuando eso ocurra, le voy a contar todo mi recorrido por este camino de lágrimas, pero también le contaré cómo al final pude gozar de este proceso de sanación, de cómo su mamá se hizo más fuerte, más resiliente, cómo pudo identificar y recibir cada regalo enviado por ella. Creo que eso la llenaría de alegría y a mí también. Espero que así sea cuando llegue mi momento.

Tanto aprendí que al descubrir y aceptar mi fragilidad ante la pérdida, fue posible que se fortalezca mi postura ante la vida, solo admitiendo esa vulnerabilidad y dejándome ayudar, pude disfrutar de todo lo que me rodea y recibir con esperanza todo lo que vendrá.

Me sorprende como en el transitar este duro camino me topé con cosas y personas maravillosas y creo que seguiré sorprendiéndome de los regalos que seguirán llegando y de todo el aprendizaje que me espera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *