Durante el recorrido de mi duelo, me topé con varias personas, personajes que de una u otra manera me acompañaron en este viaje. Algunos ya conocidos, y otros a quienes tuve el gusto de conocer. Y otros que sin conocerme siquiera me hicieron compañía con sus miradas, con sus oraciones. Incluso, me escribieron contándome qué les generaba verme aún de pie, caminando esa ruta tan incierta como lo era el camino del dolor.
Ante esa situación, al principio sentí rabia, pues yo no buscaba ser el foco de admiración ni inspiración de nadie y menos como resultado de la muerte de Dari. Por supuesto hubiera preferido mil veces pasar desapercibida y continuar mi vida con mi niña. Pero el destino quiso que fuese así.
Me resultó muy fuerte sentirme objeto de eso de la admiración e inspiración de la gente. No lo creía posible, nunca, hasta que alguien a quien prácticamente no conocía me dedicó unas letras que reflejaban mi estado en ese entonces. Que, si bien es cierto que estaba rota, con el corazón incompleto, aun así, seguía caminando, sin ganas, a veces sin rumbo.
El texto que me dedicó la hija de una amiga, quien, repito, no me conocía personalmente, me lo envió por Messenger. Es del libro “Rota se camina igual”, de Lorena Pronsky, quién escribe desde lo más profundo de sus sentimientos, mostrando dolor y resiliencia a la vez. Rápidamente me identifiqué con ella. Y dice así:
ROTA SE CAMINA IGUAL. De Lorena Pronsky
“Me gusta porque no se le nota que está rota. Me contagia esa idea de que se puede ser feliz a pesar de tener un corazón despedazado. Yo sé que así lo tiene. Le falta una pieza de ésas que nunca más va a encontrar. Ella va a vivir sin una parte para siempre. Con un corazón desarmado que nunca va a armarse de nuevo. Pero la piba se para igual. Se para y no se le nota que renguea. Sigue. Sigue jugando con esas piezas que le quedan, sabiendo que nunca más va a volver a tener el rompecabezas armado arriba de la mesa. Ella sigue caminando con ese vacío incrustado en el pecho. Sigue jugando con lo que le queda. Guarda el dolor de la pieza que le falta para otro momento. Ella se sigue parando. No está sanada. No va a sanar. Lo sabe. Pero se para con esa fortaleza del que sabe que así es la vida. Ella ya entendió todo. Sabe que perdió la batalla. Lo sabe. Pero se ríe. Y a veces disfruta. Contagia la idea de que se puede. Que, aún rota, se puede si se quiere. Ella perdió justo lo que no tenía que perder. De todas las cosas posibles justo ésa no tenía que perder. Y la perdió. Y le duele en el pecho y en la garganta. Extraña. No se agarra de nada que la distraiga de la verdad de saber que no está y que no va a volver. Pero ella sigue. A veces tropieza, pero ella cree que tropezar mirando al cielo siempre compensa. Y sigue. No tiembla. Y entonces a mí, me gusta esa sonrisa en su cara. Me hace pensar que se puede. Me gusta ver que sigue con lo que tiene. Que no busca reemplazos. Me gusta verla porque me planta una evidencia que me cuesta asumir. Sí. La gente rota puede seguir su curso. Pueden ser felices. Ella es feliz. Las sonrisas no mienten. La mirada tampoco. Ella es feliz. Y está hecha pelota. No es careta. No es valiente. Es simplemente una piba que, rota, camina igual”.
Ese gesto, llenó de gozo mi alma, y cierta alegría a mi corazón. Sentí como una caricia por parte de esta chica que podría ser mi hija. Su admiración no me molestó, me conmovió, y estoy segura que fue un regalo más de Dari, que se hizo presente por medio de ella.
Este pequeño acto hizo que siga adelante siempre en compañía del dolor, que en ese momento no caminaba a mi lado, sino que lo tenía subido a mis hombros y apretaba mi garganta para seguir sosteniéndose. Mientras yo, rengueando, me comprometí a avanzar con pasos vacilantes, pero a la vez, firmes por este trayecto tan tortuoso.
Una vez que el dolor ya no pesaba tanto, aprendí a caminar de la mano de él, ya no encima mío. Se convirtió en un compañero, ya no en mi torturador. Es quien me recuerda que parte de mi corazón falta, ya no me molesta su compañía, se transformó en una parte de mi memoria.
Ante el malestar que sentía cuando ciertas personas decían que admiraban mi fortaleza, surgió la siguiente interrogante ¿Qué siento al saber que soy objeto de admiración e inspiración? Debía responderme esa pregunta de la forma más honesta posible, solo así podía tomar conciencia de ello y dejaría de ser una molestia para mí.
La respuesta fue inmediata. Me sentía reconfortada, me recordaba a mi madre. Al principio no entendía por qué, pero me recordaba a ella, tal vez porque fue la mujer más fuerte que conocí, y sentir que podía haber heredado una parte, por más pequeña que sea, de su fortaleza, me llenaba de cierta energía.
Al principio, cuando amigos y conocidos decían que me admiraban, me incomodaba porque pensaba que lo hacían con el afán de otorgarme un poco de consuelo. Incluso sentía que no lo merecía. El merecimiento es un tema que debe ser objeto también de análisis, como me gustaba lastimarme pensando que me merecía lo que pasó y que no merecía ser feliz.
Hoy con la cabeza más clara, el alma y el corazón en paz, acepto la admiración y ser inspiración para los demás. Mostrar que se puede seguir, aún con las extremidades cansadas de tanta carga emocional, es posible. Mejor dicho, se puede optar por seguir, es una elección. Con apoyo, pero se elige pedir y aceptar esa ayuda.
Entendí que este dolor me cambió para poder tocar otras vidas, y mostrar a través de mi experiencia de vida que todo lo que duele, no me va destruir, sino que me puede construir en mejor persona.
Pude asimilar mejor todo esto gracias a un libro de Bernardo Stamateas, de título, “Soluciones Prácticas”. Un capítulo me abrió los ojos: Transformar el dolor en un don. Yo me negaba a admitir que lo tenía y lo había adquirido en el momento más oscuro de mi existencia. Pero ahí estaba siempre, ahora siento que tengo el compromiso de compartir con quien lo necesite.
En el mencionado capítulo reza lo siguiente: “Todo aquello que sembraste en los demás son las herramientas para ponerte de pie y empezar de nuevo. Tu fortaleza proviene del trabajo que realizarse vos mismo, y, sobre todo, de lo que te atreviste a dar”. Comprendí que sería un acto de egoísmo si no compartía todo eso que tanto sufrimiento causó en cómo se convirtió en un don.
A mí me sirvió de aliento esta otra frase del libro: “Quien después de un gran sufrimiento hoy sigue en pie, es capaz de decirle a alguien que sufre:´Vos también podés con esto´”. Yo le agrego una de mis frases favoritas de Gustavo Cerati: “No es soberbia, es amor…”. Explico eso porque, como siempre, mi autoestima me jodía al creer que yo no era capaz de ser fuente de inspiración para otros.
Comprendí cómo el dolor es transformador, cambiando totalmente el significado de mi vida, de las prioridades, de cómo la mirada, la actitud cambia ante aquello que uno piensa que lo va a desintegrar. Ejerce una energía que puede transmutar a cualquiera. Después de tanta confusión y oscuridad que trae la muerte, llega una luz de certeza, el reconocer que lo que queda, es la belleza del amor.
Como no estar agradecida a Dari, que con su amor pudo mostrarme esa fortaleza que durante tanto tiempo me negaba admitir que tenía. Que me enseñó que exponiendo nuestra historia de la manera más honesta, podemos motivar a otros a seguir, bajo cualquier circunstancia. El saber que se hace el bien, eso es invaluable.