La desesperación por el dolor de la ausencia de Dari, y la ansiedad galopante que tenía para que el duelo termine, solo hacía que me sumerja más y más en el pozo de la depresión. Lo positivo de eso era que no me quedaba quieta mucho tiempo, pues en el afán de culminar el camino de lágrimas, leía libros, veía vídeos, y todo lo que ayude a transitar el duelo. A golpes “aprendí” que no existen duelos express o la píldora milagrosa para calmar el sufrimiento.
Así que hice lo mejor que pude hacer por mí en ese momento, invertí en la reparación de mi alma. Tomé el curso de Tanatología, que en los primeros artículos de este blog expliqué cómo lo descubrí y todo el aprendizaje que adquirí. Al principio lo hice para cerrar definitivamente mi herida, que ilusa, eso no funciona así, pero bueno, la intensión era válida.
Durante el desarrollo del diplomado me di cuenta que ya no se trataba de tratar de sanar simplemente el dolor terrible por la pérdida de Dari, sino que se trataba de mí, nada más y nada menos sobre mi persona. De cómo he crecido durante las lecciones que me dieron todas las pérdidas de mi vida, no me refiero solo a las muertes de mis seres queridos, sino cada vez que mi corazón se rompió. Porque si, este corazón ya pasó por mucho y se volvió a reconstruir una y otra vez, tal vez en ciertas ocasiones la restauración no quedaba bien, sin embargo, continuaba con mi vida.
Descubrí que esas reparaciones en mi corazón no eran convenientes, porque dejaban un dejo amargo de ciertas emociones que no contribuyen en nada. Es decir, me hallé muchas veces inmersa en el resentimiento, el desinterés y la falta de empatía, obviamente eso no era sano para mí, ni para nadie a mi alrededor.
La primera gran lección fue que no hay manera correcta de atravesar el duelo, no existe un manual de instrucciones para ello. Hay que dejarse llevar por lo que uno siente, y lo que se siente en esos momentos es el dolor, es decir, lo debemos traspasar, abrazar, aceptar para que la sanación proceda de la mejor manera.
Eso sí, sin preocuparnos si lo que pensamos, sentimos o incluso hacemos está bien o mal, no debemos juzgarnos. No importa si el resto de la gente lo hace, si nos juzgan, porque lo harán, y en ese caso sus juicios no deberían tener valor. Nadie más que nosotros sabemos lo que lo sentimos y ninguna otra persona tiene derecho a opinar al respecto, y menos dirigir nuestros pensamientos, sentimientos ni actos. *No dejar que nadie interfiera entre ese dolor y nosotros. Amarnos sería lo primero, si existiera un mandamiento del duelo.
Así también comprendí el desgaste emocional y físico que era seguir rememorando el día de la muerte de Dari, y preguntándome que acto mío hubiera cambiado el desenlace de los hechos, pues nada. Esa era la respuesta ante la insistencia de la soberbia y la culpa que hacían equipo para torturarme. Una vez que me perdoné por ese autoflagelo volvió la calma y la estabilidad mental, con las que pude dejar de pelear conmigo misma.
Dejé de victimizarme por la muerte de Dari, no ganaba nada con ello, solo lastimarme, y dañar a las personas a mi alrededor. Siendo la víctima de esta historia no podía tomar ninguna decisión, y significaba una fuga de energía inútil. Debía concentrar toda la fuerza con que contaba para poder continuar con mi vida y tratar de tener un nuevo proyecto, por mí, por Dari, y por los que quedaron. *) No creerse víctima de la vida, sino asumir el rumbo de ella.
Otra de las frases que escuchaba y leía en varios textos era de soltar. Me volvía loca, literalmente, porque automáticamente pensaba cómo voy a soltar el recuerdo de Dari, cómo la voy a dejar ir, ya la pena de no verla, tocarla, escucharla era insoportable. Cómo “Soltarla”, cómo no hablar de ella, no pensarla. Eso me parecía más un suicidio de emociones que otra cosa. Pero estaba equivocada, no me decían que la soltara, (en realidad fue una discusión en terapia), de dejar ir su recuerdo y mucho menos su amor. Se trataba de soltar todo ese sufrimiento que me atormentaba, pues me centraba en su ausencia, la cual era irreversible, pero quedarme ahí significaba estar en un estado de martirio constante. *) “Soltar” el sufrimiento, para poder fluir.
Me fue sumamente difícil entender y querer soltar, pero era la única manera de continuar con mi vida, solo así podría fluir, dejar de atormentarme con la idea de que me quitaron algo. Al comprender eso, al tomar conciencia de que, si bien la muerte de Dari fue lo más doloroso que pasé, ya no podía hacer nada para revertirlo. Saber que seguir sosteniendo mis manos cerradas fuerte, como queriendo impedir que algo escape, lo único que lograba era dañarme y cansarme. Entonces probé abrir las manos y sentí alivio, tranquilidad, con la certeza de que el amor de Dari me acompañará por siempre, no se irá jamás, porque vive en mí.
Les dejo estas premisas que a mí me ayudaron mucho:
*) No dejar que nadie interfiera entre ese dolor y nosotros.
*) No creerse víctima de la vida, sino asumir el rumbo de ella.
*) “Soltar” el sufrimiento, para poder fluir.
*) El amor es eterno y nos acompañará siempre.
Gracias por la ayuda con éstos post, me doy cuenta que todas las personas que pasamos x un duelo sentimos lo mismo, calcada cada coma de lo escribiste es lo siento, la culpa, el querer encontrar una explicación, el querer acelerar para que termine el sufrimiento, pero hay que transitarlo, gracias!
Gracias a vos Cynthia por leerme y escribirme. De esto se trata este blog formar una gran red de apoyo entre todos los que transitamos un duelo. Paciencia, empatía con uno mismo y amor propio son las claves para hacer este camino más llevadero. Seguimos cercanas, un abrazo