En el proceso del duelo el tiempo marca su presencia. Obviamente porque como todo trayecto lleva consigo un movimiento no podemos congelarnos en él, aunque quisiéramos. Él sigue su curso, es implacable en eso, no se detiene, por más que nosotros decidamos hacerlo. Es ahí donde se convierte en un déspota porque continúan pasando los días, meses, años, trayendo consigo todo lo que eso conlleva dolor, frustración, culpa, los cuales, si no se trabajan, quedan estancados en nosotros.
Es por ello que no se vale intentar jugar una carrera con el tiempo, ni quedarse viendo como él pasa volando. Deberíamos tratar de seguir su ritmo, porque él no se detendrá y si competimos contra él, siempre saldrá victorioso, y nosotros más frustrados y cansados, por una corrida que no vamos a ganar jamás.
En mi afán de “terminar” con mi sufrimiento, me dispuse a emprender esa carrera, la cual ya la tenía perdida desde el inicio. Lo único que conseguí es que la frustración se posicionara cómodamente en mi ser, pues ya no se trataba de duelar la perdida de Dari, también lo hacía por algo intangible, un deseo profundo de mi corazón, el cual no me dejó ver mi realidad.
Es tremendo estar corriendo contra reloj porque el tiempo no perdona, no se detiene ni por mí, ni por nada. Es más, ni siquiera disminuye su marcha. Quedé tan cansada de esa corrida en vano, ya no quería seguir, pero en el fondo de mi alma, mi voz interior, me sugería continuar a mi ritmo, caminando a paso lento pero seguro. Para así realmente poder aprender de este trayecto, y disfrutar del paisaje, aun cuando en ese momento estaba convencida de que no había mucho que ver, solo sufrimiento.
Desacelerando el recorrido, pude hacer las paradas correspondientes, en las cuales pude descansar, respirar profundamente, juntar fuerzas y seguir. Tomé conciencia de todo lo que avancé, aunque en ese momento me parecía que no hubo progreso en la marcha. Así pude agradecer todo lo vivido y que aún seguía en pie con un dejo de ganas de continuar la vida. Convencida de que, si bien mis sentidos ya no podían captar la presencia de Dari, ella se encontraba en lo profundo de mi corazón, no la podía ver, ni oír, ni tocar, la podía sentir. Me debía detener para sentir.
Lo que realmente me resultaba molesto era verme afectada por ese tiempo. Es decir, empecé a notar más mis arrugas, mis canas, si, parece hasta banal, pero es real. Sentir que envejecía y que me encontraba desorientada en cuanto al encontrar un nuevo sentido de vida. Esto hizo que una vez más me enojara con el destino, pues antes de la muerte de Dari, yo era su mamá, era su madre y con su partida sentía que me desplazaron de ese cargo. No atinaba a que siempre lo voy a ser, hasta el último de mis días. La maternidad es un rol perpetuo, no se acaba por un hecho en particular.
Confieso que también estaba enojada porque el envejecer es un duelo, es decir, al que ya estaba atravesando debía sumarle esta nueva pérdida, un dolor más, que dolía menos claro, pero existía, no lo podía invalidar. Incluso les contaré cual era ese deseo de mi corazón, que me daba comezón, volver a ser madre, cuyas probabilidades por mi edad era casi imposible, aceptar eso también fue un desafío.
En este punto quiero aclarar que el afán de volver a tener un hijo, no era precisamente buscando un sustituto de Dari, no, para nada, ella fue, es y será siempre mi hija. Sino era buscando un sentido de vida, de nuevo quise centrar ese sentido en otra persona y no en mí como debía ser. Además, ese “sentido” estaba frente mío y no lo quería o no podía ver en esos momentos, lo conforman mi propia existencia, mi familia, mis afectos, todo lo que aprendí, y como por medio de este aprendizaje puedo ayudar y tocar la vida de otros, eso es dar un real sentido a la vida. Por eso trato de exponer este testimonio de la forma más veraz y honesta, así como lo viví y sentí. Como dijo la madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
En ese entonces me surgió la disyuntiva si era el destino cruel conmigo, o era yo cruel conmigo misma que me resistía a aceptar su curso. Comprendí que debía aceptar lo pre establecido, porque ninguna acción mía podía cambiar lo que pasó, ni siquiera puedo predecir lo que ocurrirá, solo estar preparada para tomar lo que vendrá. Entendí que la mejor manera de hacerlo es aprender a fluir realmente y dejar de resistir.
Todo duelo es un trabajo de artesano muy delicado y preciso, uno lo debe realizar, no se puede delegar, ni postergar, por el tiempo que conlleva hacerlo. El tiempo es precioso y fundamental para ello. Esa labor si bien es muy puntillosa no necesariamente lo debemos hacer solos. Ya lo dije en varios artículos anteriores, la mejor compañía es una oreja para una escucha sincera, sin juzgar, unos brazos fuertes para abrazar y el corazón abierto para albergar a quién está transitando este camino del dolor. El compañero de duelo puede convertirse en una luz que alumbra ese trayecto, en los momentos en que los ojos estén enceguecidos por la pena. El duelo en compañía se recorre mejor.
En los momentos de cansancio extremo en la triste maratón que quise correr contra el tiempo, mis lágrimas aumentaban al punto que me nublaban la vista y el pecho parecía que estallaría nuevamente. No hallaba salida, qué ganas que todo termine, que ganas de que todo pase como un filme acelerado, pero era imposible, todo debía pasar cuando debía ser, ni antes ni después, cuando era su “tiempo”. Esas lágrimas derramadas me ayudaron a limpiar esa herida que una vez más se abría paso, dando lugar a infecciones innecesarias que lo único que acentuaban eran el sufrimiento y el dolor. Un pasaje más que debía pagar para llegar a sanar.
Aprendí a no contabilizar más el tiempo de ausencias, de hecho, ya no lo hago, antes lo hacía día a día, mes a mes, recordando la partida de Dari. Me di cuenta que llevar la cuenta de ese dolor solo hacía que creciera, era como esos presos que en sus celdas contabilizan los días de encierro, no los días en los que fueron libres y felices.
De ese modo transcurría mi existencia. Tenía fija la mirada en lo que me faltaba, computaba ausencia, algo que no podía cambiar, en vez de centrarme en los presentes, en las presencias que sí me rodeaban y si contabilizar además de sumar los recuerdos de felicidad.
Así dejé que el tiempo continué con su esencia, que fluya. Ya no lucho en vano contra él, estoy aprendiendo a fluir también. Me focalizo en las cosas que sí están bajo mi dominio cambiar y manejar, que son mi actitud ante las circunstancias, mis pensamientos, y por ende, mis sentimientos. Me di permiso para disfrutar el presente de lo que tengo tanto tangible como no, también dejo guardados esos anhelos en mi corazón, con la esperanza de que se hagan realidad, y si no se logran, bueno, tal vez así debería de ser. Sin resistencia, más con constancia y amor, todo lo mejor llegará.
Premisas que me ayudaron a fluir
*) Debo detenerme para sentir a quién ya no puedo percibir con los sentidos. Hoy vive en mí.
*) El duelo es un camino que debo recorrer, no necesariamente solo, en compañía todo es mejor.
*) Las lágrimas limpian, desinfectan y sanan las heridas.
*) El sentido de la vida es uno mismo y todo lo que cultivó a su alrededor.
Hola Maesta de vida….hace 22 días perdí a mi hermano, estamsnpaando por momentos muy tristes y desesperante….fallecio por complicaciones del covid 19, siento rabia…a todos y por todo…
ya no quiero orar, tengo miles de preguntas que no encuentro respuestas…y me encantaría saber si mi hermano Roque esta bien donde esta ahora…si esta feliz y contento, si no tiene ningún dolor ni sufrimiento……
Hola Emma, lamento muchisimo tu pérdida, es muy doloroso perder a un hermano, pues es el primer compañero de vida, seguro compartían muchas cosas desde la infancia, además si aún tus padres están vivos, me imagino que verlos sufrir también te genera mucho dolor, ver morir y subrir a nuestros afectos es realmente penoso. El covid es muy despiadado, ha enlutado a muchas familias y dejó heridas por sanar. Sé que en estos momentos sientes una avalancha de emociones, persistiendo tal vez el enojo y la rabia, no te voy a decir que está bien ni mal sentirlas, simplemente sientelas, y expresalas por favor no te quedes con esos sentimientos que son tan corrosivos para el alma, la mente y el cuerpo, si tienes alguien con quien hablar contale como te sentís, la persona que te escuche no debe juzgarte solo prestarte su oreja pasiva y si no, lo mejor es escribir, pero por favor no guardes dentro tuyo todo lo que pensas, sentís en estos momentos. En cuanto a las preguntas que te haces y no encontras respuestas, pues lo siento no creo que exista esas respuestas, y si las hubiera tampoco creo que hubiera cambiado lo que ya pasó, lastimosamente.
Yo estoy segura que tu hermano está bien, en un lugar dónde ya no hay dolor ni sufrimiento, porque me imagino que esta terrible enfermedad ataca con saña, ya no está peleando por respirar, seguro descansa en paz. Recorda siempre que hiciste todo lo mejor que pudiste por él, en las circunstancias en que estabas.
La mejor manera de honrar la memoria de tu hermano es recordando y agradeciendo los momentos felices que pasaron juntos. Si tenes ganas podrías escribirle una carta no de despedida, pues yo estoy convencida de que uno no se despide de quien ama, expresale el amor que sentís por el y que decile que fue un privilegio haberlo conocido y compartido tantas cosas. Lo que sí te pido es que trates de cuidarte, de alimentarte bien, de dormir bien, se que es difícil, si podés y tenés ganas salí a caminar para oxigenar tu cabeza y mantener el movimiento de tu cuerpo. Solo si podes y tenes ganas. Recordá que este duelo que estas viviendo es un proceso tiene inicio y final, no hay manera mágica de atravesarlo, sino sintiendo cada emoción y siendo paciente contigo misma. Espero que te haya servido de ayuda. Sé que duele y mucho, más tengo la certeza de que esto también pasará, ese dolor que aprieta tu pecho en algún momento se irá. Te abrazo con mucha fuerza, y aquí estoy para vos