En el camino del duelo no se trata de ser valiente, sino de tener fe

Si bien ya les había hecho referencia sobre el miedo, sentimiento que aparece durante el duelo, me gustaría recordarlo, pues a veces vuelve a visitarme, a recordarme lo frágil que puedo ser, que cualquier situación viene acompañada del él, ya sea esta buena o adversa, más aún, obviamente en circunstancias difíciles, pero es parte de la vida.

El miedo se apoderó de mí cuando se inició el duelo. Tampoco voy a negar que siempre estuvo latente por ahí, más desde la muerte de Dari esa presencia se hizo más visible, más terrible en realidad, pues todo, absolutamente todo, me daba miedo, salir de la cama, manejar, cocinar, pensar, todo estaba inundado de miedo. ¿A qué? ¡A todo! A que muera alguien más, a que se lastimen, a que me lastime. Sin darme cuenta que quien se hacía daño era yo misma, teniendo y fomentando esos pensamientos de terror, los cuales hacían que me paralizara. En síntesis, me autotorturaba.

Vivir inmovilizada ya es horroroso, por más que esa inmovilidad no sea física. Es tremendo ser prisionera de la mente, que con el miedo deja una incapacidad absoluta. Mucho luché para poder moverme, no dejarme arrastrar ni ahogarme por el miedo. Debía encontrar de nuevo la confianza y la fe en la vida, las cuales son fundamentales para vencer al miedo, por lo menos, conseguir una tregua para que se aleje lo suficientemente para poder volver a tomar aire y fuerzas para continuar.

Para mí, la recuperación de la fe la conseguí con el trabajo en terapia, con los libros que leí y ejercicios emocionales, pues en honor a la verdad, al tener problemas de autoestima, el miedo se vuelve como un compañero de cuarto, al cual finalmente se lo termina por aceptar. Pero el duelo me dio la oportunidad de poder desalojarlo, ya que no solo recuperé la fe y la confianza, sino aprendí a quererme así como era, con mis errores y aciertos, así como soy, simplemente Susana, este fue otro regalito de Dari, quererme de verdad para poder amar de verdad. Aclaro, no digo que soy una persona sin miedo, este regresa de vez en cuando, pero ya no se instala, ya sé cómo manejarlo y, finalmente, enfrentarlo.

¿Cómo lo manejo? Pues primeramente lo expreso, cuando lo hago consciente. Decía Marie Langer, (psicóloga argentina) “Cuando expresamos lo que tenemos adentro deja de ser peligroso”. No le dejo que suba en la calesita que está en mi cabeza, ya que en ella puede crecer y necesariamente crear fantasías imaginarias. Además, al expresar puedo ver realmente la magnitud de la situación, cuales serían los daños, los pro y los contra de cada circunstancia.

Por ejemplo, les comento que crear este blog me generó mucho miedo, pues no sabía cómo sería la receptividad del lector, miedo a que leyeran como que no lo hagan, a que sea objeto de burla, que crean que era una persona con un ego gigante, que utilizaba la figura de Dari para buscar atención,  aceptación, un sin fin de pensamientos, irracionales, productos de las fantasías del imaginario.

Obviamente me senté y escribí lo que podía pasar, como me hacía sentir eso y lo puse en la balanza, que finalmente me mostró una vez más que no puedo manejar lo que el otro piense de mí, ni lo que haga al respecto, solo puedo tener control sobre mis pensamientos y acciones. Entonces ¿Cuál era y es el fin de este blog? Ayudar, acompañar a quienes estén transitando el camino del duelo. Desde nuestra historia, de la manera más honesta lo hice, mostrando que existe esperanza después de haber perdido. Esto que encontré y aprendí lo debía compartir con quien lo necesite, y aquí estoy, trabajando aún el animarme a interactuar de manera más directa con el doliente que precise de mi compañía.

Eso sí, a pesar de estar como anestesiada por todas las emociones, donde prevalecía el miedo, algo dentro mío buscaba desesperadamente poder salir de esa prisión en la que me encontraba, no sé si era voluntad, no sé si era la búsqueda desesperada de Dari, o era simplemente la fuerza de su amor. Hoy tal vez responda, que muy en el fondo de mi mente, mi inconsciente me recordaba que debía seguir en memoria de quién partió. Busquen esa voz, ese impulso dentro suyo, sé que todos tenemos, a veces hay que  aprender a hacer silencio para escucharnos mejor.

Es por ello que es importante prestarse atención a uno mismo. No digo con eso alejarse de las personas, o no tener en cuenta algunos que otros consejos, solo que a veces el ser humano se deja llevar por su espíritu crítico, y todo el tiempo está juzgando. Es imposible querer darle el gusto a todos y menos cuando se está duelando, lo más recomendable es concentrarse en uno mismo.

Por lo menos eso me sucedió, al principio escuchaba recomendaciones, incluso, algunas eran críticas disfrazadas. Si bien, siempre tuve claro que jamás, nunca le daría el gusto a la gente, pues siempre encontraría algo que objetar o criticar, en esos momentos de confusión era difícil distinguir, y uno de los miedos que se acrecienta es el de quedarse solo. Con esto no digo que habrá personas que tengan intensiones verdaderas de vernos mejor, pero deben entender que lo estamos haciendo de la mejor manera, de la forma en que nos sale, porque no hay un manual de instrucción que diga como sentirse, como actuar y como estar bien durante el duelo.

En el camino del duelo mucha gente saldrá de él, y mucha otra se va a sumar. Hay quienes sabrán acompañar y otros esperarán a que termine el recorrido porque sé que para nada es fácil lidiar con la pena y el sufrimiento ajeno, y menos si es alguien muy querido quien lo padece. Es por ello que repito sin cansarme que los dolientes somos los protagonistas principales de este viaje del dolor, debemos cuidarnos, complacernos, escucharnos, consentirnos y si es necesario, pedir ayuda. No es necesario hacerlo solo, al contrario, es mejor acompañados, más siempre siendo quienes toman las decisiones que se deba para dirigir el rumbo.

En este trayecto se presentan muchos obstáculos, a veces difíciles de pasar, es más, algunos parecen no tener fin y es ahí donde surgen miles de cuestionamientos, de que si vale la pena seguir. Pues aún sigue doliendo… ¡¡Sí!! Claro que vale la pena porque para mí cada segundo de los dos años y medio que pasé junto a Dari, valen mucho más que todo el dolor que me causó su muerte y del engorroso camino que tuve que recorrer hasta llegar a la aceptación de que ella habita en mi corazón. Continuar con la vida y hacer algo valioso con ella es lo que dan sentido a todo, y es la forma más sublime de honrar a quienes hoy ya no están.

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