Todo duelo debe ser visualizado y validado

Todo el tiempo me sorprenden los aprendizajes que van llegando a lo largo de este camino hacia la sanación. El trayecto aún no culminó, ni creo que lo haga, ya que sigo aprendiendo, creciendo, transformándome, y me agrada mucho todo lo obtenido ya en este recorrido, así como me entusiasma lo que llegará.

Este octubre, además de ser un mes cargado de festejos, el cumpleaños de Raúl, mi compañero de ruta, mi aniversario de bodas, se conmemora el Día Internacional de las Pérdidas Gestacionales, Neonatales e Infantiles. Sí bien, tenía cierto conocimiento al respecto, desde la muerte de Dari, y con lo recorrido en mi duelo, pude profundizar y tomar conciencia de todo ese dolor que muchas veces no es visible para los demás. Es más, me parece hasta ofensivo no darle la importancia que realmente requiere.

Si bien el duelo por la partida de Dari era más que evidente, nunca sentí que nadie no lo reconociera ni respetara. Más atiné que fui yo quien había ninguneado un duelo, no duelé, no hice las tareas que trae consigo ese camino. ¿A que pérdida me refiero? Al bebé que sí estuvo antes que Dari, porque existió, vivió en mi vientre pocas semanas, pero fue real. No lo lloré lo suficiente, pues en ese momento no tenía el conocimiento que tengo ahora y creía que las cosas que uno pierde las supera, y no es así. Primero debía aceptar esta herida para poder sanarla. En cambio, me concentré en volver a embarazarme, sin antes haber iniciado y terminado el proceso del dolor.

Además, debo hacer hincapié en que en nuestra sociedad es minimizado este tipo de hechos con frases que muy lejos de consolar, lastiman más, como “Sos joven, podés tener otro bebé”. O “Por algo luego no se desarrolló, seguro venía con alguna anomalía”, como si no lo hubiera aceptado si traía una condición pre establecida. Esta pérdida, no es visibilizada y mucho valorizada por la sociedad, o por lo menos piensan que al no haber nacido, “es más fácil superar ese dolor”. Creo más bien que tienen el pensamiento de que si no se ve no existe. Por lo tanto, no debo porqué lidiar con el sufrimiento ajeno. Pienso que es como un mecanismo defensa ante las lágrimas y las tristezas del otro, lo digo con todo respeto, sé que es difícil, yo misma no supe qué decir, me callé y minimicé en varias ocasiones.

También debo reconocer que a veces los profesionales de la salud son quienes no le dan la importancia adecuada, por lo menos yo lo sentí así, a mí me dijeron “seguro veía con alguna anomalía”, inclusive especularon con la idea de que seguro era un niño, y como yo había parido niñas, me pareció una de las explicaciones más absurdas que escuché, más finalmente se quedó grabado en mi cabeza y fue por eso que decidí bautizar a ese “embrión de 8 semanas”, porque así decía el informe médico, como José Fernando, nombre que habíamos elegido en el caso que el bebé fuese varón. No tengo la certeza de que fue así, pero a mí me sirvió darle una identidad, calmó mi alma y también mi corazón.

Todo esto yo lo pude concretar transitando el camino del duelo por la muerte de Dari, si antes jamás lo había analizado, ni siquiera era mencionado ese bebé que no fue logrado. El dolor por la partida de Dari no solo me enseñó de la manera más dolorosa a que podía continuar sin su presencia física, sino que también me hizo el favor de arrancarme las vendas de los ojos y direccionar mi mirada hacia alguien a quien también engendré, le di vida, por más de que esta vida haya sido extremadamente breve, tuvo un corazón que latió fuerte en mi vientre.

Evidentemente también apliqué ese mecanismo de defensa, de “no veo, no existe”, “fue breve, no tiene la importancia debida”, pensamientos totalmente alienantes que lo único que hacían eran anestesiar el dolor, no lo resolvían, no lo soltaba en realidad, porque para poder transformar ese dolor, lo debía mirar, sentir, abrazar para llegado el momento, dejarlo ir.

Fue así que a través del duelo por el deceso de Dari, pude visualizar, reconocer y darle una identidad a un hijo mío, un hermano quién ahora la está acompañando, esperándome juntos, o tal vez cuando llegue mi momento, sean ellos quienes vengan a buscarme. No sé como será, ni me preocupa eso en estos momentos, lo que si tengo por seguro es que nos volveremos a encontrar y me será más fácil buscarlos pues ya le di un nombre a quién inconscientemente negué su existencia.

Esto hace que la vida misma de Dari tenga una connotación más que especial, ella fue mi bebé arcoiris, sin ser consciente de eso siempre creí y sentí que ella vino a llenar de colores nuestra vida, y fue así tal cual, con sus sonrisas, travesuras, incluso berrinches, todo el caos amoroso que causó en la casa fue lo que nos otorgó energía y vitalidad. Por eso su muerte significó la oscuridad absoluta para todo aquel que la conoció.

Si bien yo había escuchado hablar del concepto “bebé arcoiris”, no lo tuve en cuenta porque en mi cabeza a mí no me pasó, me fue algo totalmente ajeno, distante. Sin darme cuenta que lo viví, y que tenía mucho que agradecer a ese bebé que partió sin conocer esta tierra. Eso lo entendí recién este año, cuando tuve que ser intervenida quirúrgicamente, por padecer de pequeños quistes de endometriosis. Si bien no es grave, afecta la calidad de vida, además de dejar estéril. Este trastorno es persistente, tiende a volver a aparecer, no fue la primera vez que lo padecía, de hecho, antes de embarazarme de José Fernando, lo tuve y él me curó por completo, pues en esa ocasión también me operaron, más no pudieron extirpar del todo, y aun así él fue concebido. Con su concepción se diluyeron los quistes; es decir, él vino para sanar a su madre y dar paso a la vida de Dari.

¿Cómo no pude darme cuenta del milagro que hizo en mí? Pues no quise ver, y recién en esta oportunidad, después de comentar a la doctora todos mis antecedentes, ella sentenció que ese embarazo me curó. Es más, fue bastante sorprendente como después de eso, pude concebir a Dari. Me parece justo no solo darle un nombre a ese bebé, sinotambién un reconocimiento especial y denominarlo como el bebé sanador, así como Dari sería el arcoiris, ambos cumplieron un propósito en mi vida y por eso estoy inmensamente agradecida.

Esto que aprendí también fue gracias a las personas que el duelo me regaló, mujeres que vivieron y abrazaron mi mismo dolor, de una u otra manera. Pues entendí que no importa la edad terrenal de nuestros hijos, siempre serán nuestros hijos, por más que tuvieron días, semanas, meses, o años de vida, y esa vida se debe de contabilizar desde el vientre. Estuvieron vivos ya sea en la tierra o en el seno materno, eso no se puede negar, pasaron por nuestra vida y la marcaron para siempre. ¡Existieron! Fueron reales, como lo es el dolor inmenso que anidamos después de su partida.

Creo que todas las madres que pasamos por este desierto de tristeza deberíamos aplicar la siguiente reflexión: “Si no pudimos maternar a nuestros bebés, debería ser obligatorio maternar nuestro dolor para duelar sanamente”. Así es, abrazar ese dolor para después transformarlo, pues es la prueba fehaciente del paso de nuestros hijos por este mundo.

Me permito transcribir un pequeño texto que escribió una mamá en Facebook. Me pareció la mejor descripción que puede existir de nuestra matriz: “Y alguna vez fui el nido donde cobijó una mariposa de esas que vuelan alto, muy alto hasta el cielo. Qué dichosas somos algunas mujeres en cobijar ángeles mismos que dejan pintados en el vientre huellas de amor que hacen constar su presencia y confirman que un día vinieron de visita a la tierra a escogernos como sus bellas mamitas”.

Estos aprendizajes me sanaron el alma. Jamás pensé que este camino que inicié el día más triste de toda mi vida, en el que sentí que moriría junto con Dari, me colmarían de plenitud y satisfacción todos los milagros que obraron en mí, y saber que estoy rodeada de hacedoras de ellos. Me resta simplemente abarrotar mi corazón con más gratitud por todo lo vivido, por todos ellos que no deben ser olvidados, por los que se fueron y por los que vendrán. Para sanar el corazón se debe duelar toda pérdida que generó dolor.

2 Comments

  1. Que gran artículo Mamá de José Fernando y Dari; lleno de iluminación y no solo sabiduría, me conmueve y agradezco también mis propios milagros. Gracias por compartir tu dolor que hoy se expande en amor, gracias porque nos das la oportunidad de saber de Ellos y disfrutar de su luz y gracias porque con cada publicación nos permites aprender más. Mi respeto para ti, para tu Familia. Abrazos sentidos.

    1. Gracias por leerme!!!, querida Jessica y disculpas por el retraso en contestar. Y recuerda siempre que los verdaderos milagros se encuentran en lo cotidiano.
      Seguimos cercanas, te envío un fuerte abrazo 🙂

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