Una pérdida, una diversidad de duelos en una familia

Una de las cosas que me costó mucho entender y aceptar en realidad, es que por más que todos perdimos a la misma persona, que transitábamos el mismo duelo, la forma en que la afrontamos era diversa. El no reconocer eso dificulta también el avance del duelo. En mi caso, pretendía que todos sufrieran al mismo tiempo que yo y que vayan recuperándose al mismo ritmo ¡Imposible! Todos somos únicos e irrepetibles y el modo de duelar también es distinto.

Por más de que teníamos el mismo denominador común, la muerte de Dari, debía tener en cuenta que no solo teníamos destrozado el corazón, sino también la autoestima, la paz mental, la seguridad, y la reconstrucción de todo eso, dependía únicamente de cada miembro de mi familia. Por más de que me empeñara en querer enseñar a mis hijas lo que debían hacer para sentirse mejor o que sea lo más llevadero posible su transitar por este sendero de lágrimas, no podía comprender que les generaba  más carga y dolor a ellas y me llenaba la cabeza de frustración por no poder hacer nada. No solo no podía, no debía. La manera de vivir el duelo es intransferible, es personal y único.

Una vez que entendí que cada uno tenía su ritmo y que eso dependía de la voluntad y ganas que tenga cada persona pude observar con tranquilidad el avance de mi familia. Todos poseen tiempos diversos, por lo tanto, debían ser respetados en su integridad. Lo absurdo de todo esto es que yo era la única que quería que todos tengamos el mismo progreso, me molestaba tanto ver que algunos se quedaban estancados, otros volvían a las estaciones que ya habíamos pasado y otros simplemente se resistían a avanzar.

Esa situación me llenaba de frustración ya que me dejaba dominar por el ego, el cual estaba convencido con la falsa premisa de que podía hacer algo para ayudarlos a sentirse mejor. Por más de que traté y traté de explicar lo que era más conveniente, cada uno hizo lo que sentía y le parecía, y, finalmente me pregunté: ¿Para quién es más conveniente? La respuesta era obvia, para mí, para que todos cumplan al final mi deseo y sea menos doloroso verlos sumidos en la pena. Tenían que traspasar ese sufrimiento, y lo harían cuando era su momento.

Al final era yo quien se resistía a entender, y justamente el haber estudiado sobre el duelo, me llenó de alardes de experta y con eso quise dirigir el proceso de todos ¡Qué equivocada! Me olvidé de uno de los principios fundamentales para duelar, el respeto hacia el otro, hacia su dolor, hacia su tiempo, hacia su proceso. Al sacudir mi cabeza de la arrogancia pude callar mi ego y aceptar humildemente que debía respetar y ser empática con toda mi familia, comprender que el tiempo de ellos no era el mío y si bien compartíamos el mismo dolor, la manera de llevarlo era diferente y eso es sagrado, como lo es la imagen de Dari en nuestras vidas.

Si bien, ver sufrir a mis hijas y a mi marido, acentuaba el dolor que sentía, debía dejarlos, respetarlos, acompañarlos, ser vigilante de la construcción que cada uno había iniciado, estar ahí para lo que necesiten, sin interferir de manera directa. Sabía que finalmente lograrían avanzar hacia la sanación, y la paz mental, que podrían revertir la pausa en la que estaban sumidos y que seguirían con su vida siempre recordando con amor a Darinka.

Este crecimiento y reconstrucción es tan personal que hoy mi alma está llena de satisfacción al ver la versión mejorada de ellos, con defectos y errores, obviamente, no somos perfectos. Pero nos volvimos mejores, dispuestos a disfrutar de la vida, sin boicots al proceso que hemos recorrido, siempre teniendo como norte que el mejor homenaje a quién no está es volver a ser felices, y ser mejores personas. Dari no solo nos legó amor, sino además la posibilidad única de conocernos a profundidad, de cambiar lo que no nos guste y aprender a amarnos así tal cual somos.

Sigo acompañando a mis hijas desde cierta distancia, ya que están creciendo y volviéndose independientes, siendo responsables de las riendas de su vida, escribiendo su propia historia, teniendo ellas la certeza de que cuando me necesiten ahí estaré. Espero poder seguir siendo su compañía por muchos años más y mostrarles que tener los brazos cruzados y el corazón cerrado, nos niega la posibilidad de vivir plenamente. Que es mejor tener los brazos y el corazón abiertos para todo lo bueno que vendrá, y si lo que llega son adversidades, pues tener los pies bien firmes y la mejor actitud para soportar las tormentas que se presenten.

Todo esto que pasamos no fue nada fácil. Durante estos tres años, desde la partida de Dari, lo pudimos hacer con ayuda, en terapia cada uno, trabajando las emociones que en ese entonces nos dominaban, fortaleciendo nuestra autoestima, reconstruyendo la paz perdida y encontrando nuevamente el sentido a la vida.

Estar atenta a los avances y retrocesos, las frustraciones, las resistencias hacia la sanación, ver la autodestrucción, y no poder intervenir, hizo más difícil la cicatrización de mi herida. Porque no solo quería dirigir el duelo de todos, sino me llenaba de rabia, frustración y rencor ver que no querían avanzar y no entendía que no podían, y que simplemente era parte de su proceso.

Una vez más la vida me mostró que no tenía control de nada y mucho menos de algo que le atañe al otro, que debía ACEPTAR, que palabra mágica y postura sanadora. La aceptación!!, porque al aceptar que los demás duelan y sienten diferente, libera, saca las pesadas cadenas que puse a mi alma al creerme el alfa de mi manada caminando adelante pretendiendo que me sigan, olvidándome que el verdadero líder de la manada camina detrás para ayudar a quienes no puedan más

No debía dudar ni de mi avance ni la de ellos. Reconocer que sí hicieron algo con el tiempo, aun cuando este seguía su curso. Nuestra herida no sanó con el tiempo como muchas personas nos dijeron, sé que esas frases encierran buenas intenciones, pero son huecas, porque sanar depende de cada uno de nosotros, de lo que hagamos con esa herida, la debemos limpiar, desinfectar bien y curar las veces que sea necesario hasta que llegue la cicatrización. Si bien la piel siempre estará más sensible en esa zona, ya no dolerá, será el recordatorio de la intensidad de nuestro amor.

Todos transitamos de manera diferente los duelos. Nadie puede ni debe duelar por nadie. Solo podemos acompañar de la mejor manera siendo empáticos y respetuosos de los procesos de los demás. Cada paso es importante y es un avance, no se debe subestimar ninguno, por más que ese paso parezca un retroceso. Se puede y podrá siempre, estamos hechos para afrontar las pérdidas.

Transitar con el dolor a cuestas es muy duro, pero no por eso lo debemos hacer en soledad. Un compañero de duelo es aquel que disipa la niebla que no nos deja ver el camino a seguir. Pidamos ayuda cuando sintamos que las fuerzas nos abandonan, lo podemos todo, aunque a veces no lo podemos solos. Recuerden que aquí estoy para ser esa compañía.

 

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