No existen instrucciones precisas en el duelo

En el trayecto de mi duelo hubo ocasiones en que no sabía qué hacer, como actuar o seguir. El estado de confusión no era exclusivo al inicio, este iba y volvía, así como lo hacían las infinidades de emociones y sentimientos que embargan a lo largo de este recorrido. Esa situación me dejaba extremadamente cansada, por lo tanto, optaba por tomarme un respiro, para que cuando el desbarajuste de mi cabeza se acomode, pueda continuar.

Era evidente que nadie me dijo como serían los días posteriores a la partida de Dari o si me lo dijeron no lo escuché o no quise hacerlo. No hay un manual de instrucciones al cual acudir cuando el dolor es insoportable. Solo resta sentirlo, traspasarlo, aceptarlo. Si existe una realidad, nadie podía saber cómo me sentiría, cómo lo viviría. Es imposible saberlo, ni siquiera imaginarlo, por más de que dos personas hayan pasado por la misma pérdida, la percepción, la forma de afrontarla y de asimilarla es totalmente distinta.

Además, como ya lo había dicho antes, nadie, absolutamente nadie, puede vivir el duelo por otro, ni existe un medidor del dolor. Cada herida sana de forma diversa. Es por eso que es tan personal y es responsabilidad de cada uno querer sanar y hacer lo necesario para lograrlo. Hay una frase que leí por ahí no recuerdo de quien que decía: “Por más que la herida la provocó otro, es tu responsabilidad, curarla”.

En el duelo es lo mismo, la herida causada por la muerte de Dari era lo más sagrado que me quedaba de ella en esos momentos y era yo quien debía determinar si seguir supurando el sufrimiento, corriendo el riesgo de una infección o poner de mí para desinfectarla y curarla las veces que sea necesario. Así lo hice y estoy convencida de que fue la mejor decisión que tomé.

También hubo momentos en que no podía, sentía que me era imposible avanzar, incluso seguir respirando, fue entonces donde pedí ayuda profesional, para adquirir las herramientas necesarias que me faltaban para sanar. Me salvé porque quise hacerlo y lo logré gracias a que atendí mi salud mental.

Los primeros meses del duelo parecen interminables, porque todo quedó en pausa, por entero el mundo se detuvo para mí, no sabía cómo seguir, sin embargo, la vida continuaba, la de los demás para ser precisa, y eso también me molestaba, pues mi interpretación era siguen como si nada, mientras se me desintegraba el corazón. Lo que pasa es que en realidad nada se detuvo solo mis ganas de vivir y la voluntad de salir adelante. Todo eso contribuía a que el dolor se acentué

Si bien no puedo quejarme de que muchas personas estuvieron pendientes de nosotros, mis vendas de penas no me dejaban ver eso. Solo veía que todo volvía a la “normalidad”, a su continuidad y eso dolía mucho. Sé que,  los dolientes no contamos con instrucciones precisas para vivir el duelo, tampoco existe un instructivo para quienes quieran acompañar. Qué situación compleja, tanto para aquel que sufre la pérdida y se siente solo, por más que esté rodeado de personas. También sufren aquellos que tienen la noble intención de acercarse y acompañar, más no saben cómo hacerlo.

Esa sensación de abandono que sentimos quienes estamos duelando, en especial cuando la herida es reciente y fresca se debe más a una cuestión con uno mismo. Sí, eso también aprendí, y me alegro haberlo comprendido. Debía aprender a estar conmigo misma, así como estaba destrozada de dolor, enojada con Dios, el universo y el mundo entero, porque lo que me ocurrió me parecía una gran injusticia.

Me costó tanto aceptarme así como estaba porque no me agradaba lo que veía en el espejo, ni lo que sentía en el pecho, el cual estaba inundado de emociones como la culpa, el miedo, la ira y el rencor. Era dificilísimo convivir con todo eso. Al principio buscaba en otro el bienestar, encontrar alguien que pudiera arrancarme esta pena de lo profundo de mi alma, y esa persona no existía. Podía pedir ayuda, claro que sí, pero finalmente dependía de mí. No debía juzgar a nadie por no poder “ayudarme” con eso que sentía. Era simplemente yo quien debía abrazarse, cuidarse, quererse así toda rota como estaba, para luego planear la reconstrucción de una mejor versión. Ya que no me gustaba en quién me convertí en ese momento, entonces debía tomar la oportunidad de cambiar.

Dejé de juzgar a quienes no podían o no querían acompañarme así como estaba. De hecho, ni siquiera yo me soportaba ¿por qué debía pretender que los demás lo hagan? Por lástima, pues no. Cada uno debe hacer lo que siente. Era mi responsabilidad quererme y ayudarme, debía comprender que no podía depender de nadie para sanar, que yo soy suficiente para mí.

Todo esto lo entendí en terapia, cuando la terapeuta me dio una tarea, que como un niño de primaria, debía escribir en una hoja entera, que yo era suficiente para mí. Así lo hice, llené tres hojas con esa pequeña frase SOY SUFICIENTE. Hoy estoy convencida de ello. Soy suficiente para mí y para los que me quieren. Les recomiendo que lo hagan si aún dudan de su capacidad, este pequeño ejercicio es poderoso, pues despierta la conciencia de nuestra autoestima.

Otro error en el que caí fue en llenarme de actividades, y querer autoconvencerme que era fuerte, porque le debía demostrar a no sé quién, que podía, ya sea por mis hijas o por mi familia. Y la verdad que no es así, no debía demostrarle nada a nadie, y si estaba triste pues debía mostrarme como estaba, sin ocultar lo que sentía. Recuerdo que cada vez que iba a llorar corría al baño y para colmo, lo hacía en silencio o esperaba que fuera de madrugada para encerrarme en él y sollozar a gusto, más siempre Raúl se daba cuenta de lo que pasaba, no podía ocultar lo que mis ojos gritaban. Que estrés era vivir así, mejor dicho, que estrés era convivir conmigo.

Buscaba momentos no para estar sola con mi dolor, sino para poder cuestionarme lo inútil que era para no poder con eso que arrastraba mi alma, que inmisericorde fui conmigo. Me convertí en mi propio verdugo, no tenía un ápice de piedad, era sumamente severa, me castigaba por algo que no tenía culpa, por algo totalmente fuera de mi control.

Debía enfrentar mi dolor, sintiéndolo, sin juzgarme, solo sentirlo, al igual que todas esas emociones que se paseaban por todo mi cuerpo, las cuales hacían estragos en mi cabeza, jugaban conmigo, no las podía ignorar, porque no se irían sin antes hacer su cometido que era identificarlas y vivirlas, ya que aquellas que no se manifestarán se quedarían conmigo para siempre y eso dificultaría mi proceso de sanación.

Mucho tardé en perdonarme. Cada golpe que me provoqué. Ahora ya no pienso en todo lo que pasó con cargo de conciencia, si lo veo con cierta satisfacción el haber aprendido tanto y el haberme convencido de que soy Suficiente para mí y los demás y así como soy me debo amar, para poder amar a los que me rodean. Con ese amor que Dari me enseñó, que no conoce tiempo ni espacio, que es simplemente eterno e infinito.

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