El mes pasado, en octubre, recibí otro gran regalo del duelo. Como se conmemoraba la semana del duelo gestacional, perinatal e infantil, la Red Latinoamericana de Duelo Gestacional, Perinatal e Infantil, organizó el primer congreso, que previó encuentros enriquecedores, pues por más que estas reuniones se dieron vía online, igual se sentía el acompañamiento mutuo entre los que perdieron a sus hijos, ya sea desde el seno materno, al nacer o al poco tiempo de su existencia. Mucha emoción, mucho amor.

En marco de dicho congreso se organizó un taller de escritura. Como para mí desde que empecé esta aventura de escribir la historia de Dari y de mi duelo, fue y es una materia pendiente aprender más sobre el arte de escribir, me anoté sin saber de qué se trataba. Serían tres sesiones en las cuales me debía conectar por Zoom con varias madres en duelo de distintas partes del mundo.

La primera sesión de presentación, donde nos teníamos que contar nuestra historia, fue muy conmovedor conocernos y abrazarnos con los ojos, a través de las pantallas. No importaba en qué parte del planeta estuviéramos, igual una se sentía acompañada y contenida. Por lo menos yo lo sentí así. Fue una caricia fresca para mi alma, conectarme con cada una de ellas. Y con esto reconfirmé el dicho de la escritora maravillosa Fernanda Olguin, quien nos orientaba en el taller: “Un dolor compartido es un dolor diluido” ¡Y así es! Se siente menos pesado, menos doloroso, y una se siente más comprendida, más entendida.

Este grupo que se formó, se hizo comunidad, teniendo en común algo que creo que ningún ser humano en este mundo quisiera para sí, la muerte de un hijo. Si bien celebro el haberlas conocido y compartido ese espacio con ellas, en el fondo de mi corazón resonaba esa vocecita que me dice que hubiera preferido no conocer el sufrimiento de perder a Dari y tenerla conmigo, creo que es el rastro de ese dolor desgarrador que destruyó mi corazón en mil pedazos. Tal vez se quede para siempre, no lo sé, lo que sí sé es que cada vez la escucho menos, y la domino más.

Fueron tres días intensos, no por la cantidad de horas de trabajo, sino por los ejercicios que debíamos elaborar. El primero de ellos, un poema, el cual fue revelador para mí, pues pude describirme como me sentía y como me veía en estos momentos. Y hoy soy semilla con ganas de germinar, de crecer, después de tanta destrucción. El suelo debajo de mis pies se abonó, y creó un ambiente propicio para la germinación, no solo reconstrucción sino una nueva yo. Hay un fragmento de un escrito de Lorena Pronsky que dice así: “Vas a verme llegar y no vas a reconocer lo hermoso que tanto barro hizo en mí. Que esta vez no volví. Nací”. Y es exactamente así como me siento. Trabajar el dolor y la pena fertilizaron mis raíces.

Al leer el poema pude ver todo lo que había avanzado en este sendero de lágrimas, no me quedé estancada, no me marchité, continué y pude brotar como una plantita nueva, más fuerte, más viva, tomando el compromiso de cuidar de mí hasta el último de mis días. También soy consciente que si lo hubiera escrito hace uno o dos años atrás otro sería el resultado, me felicito por el trabajo, nada fácil que logré en mi duelo. Les comparto este corto pero potente poema:

Soy la semilla de alguien que sufrió

del alma de quien lloró,

de esas manos expuestas al mar.

Soy semilla que crece, a veces bajo las nubes blancas de dolor,

y otras las que se disipan

para iluminar el camino de la vida.

Gracias a esta pequeña tarea, pude reconocerme como alguien que a pesar del dolor estremecedor y hasta destructor, pudo nacer nuevamente, originarse desde los desperdicios de mi corazón, desde que Dari partió. Identificarme como algo que quiere surgir, y aceptarme así como lo hice me dio un gran empujón hacia la sanación. No se sí sané completamente, no lo creo, y capaz nunca haya una sanación total, pero si hubo transformación de gran parte de ese dolor que habitaba en mí, en amor. Y sé que mi herida ya no sangra, se hizo cicatriz, una muy linda y sensible que me recuerda todo el tiempo la intensidad del amor que nos tuvimos con Dari.

El objetivo principal de este taller fue poder exponer el dolor por medio de las letras, lo cual se convierte en terapia, es una forma de expresar todo eso que a veces no nos deja respirar. Si bien, yo hacía rato que lo hago, esto me confirmó que no me equivoqué al hacerlo y mucho menos al contarlo, a compartir todo lo que padecí. Contar mi testimonio de vida, de una manera honesta, puede ayudar a otros, y tocaría la vida de otros. Al principio no lo creí, de hecho, incrédulamente comencé a publicar, como una forma de expresión que otra cosa. Más los comentarios de los lectores me alientan a seguir, saber que por medio de estas palabras puedo acompañar, y en cierta forma hasta formar una red de apoyo para quienes quieran y lo necesiten, me dan la certeza de que el amor de Dari me orienta.

Otra tarea muy significativa y sumamente difícil para mí fue escribirme una carta, a la Susana que había perdido recientemente a Dari… A lo largo de este duelo he escrito miles de cartas a Dari, a mis padres, pero a mí, ¡jamás! Justamente a la persona más importante en mi vida, yo, sin la cual no podría seguir en este mundo. Ese momento tan íntimo conmigo misma, me permitió realmente consolarme, mimarme, abrazarme y perdonarme, por las veces que me juzgué tan severamente, por todos los maltratos que me infringí con pensamientos y culpas innecesarias. Me pude reconciliar verdaderamente, y eso trajo más paz a mi alma. Queda pendiente contarles las otras dos actividades que me tocó hacer, ambas fuertes y profundas.

Hoy estoy convencida de que todos deberíamos escribirnos siempre que lo necesitemos, para poder entendernos y así aceptarnos. La verdad que fueron ejercicios de verdadera sanación, por lo menos para mí.

Vuelvo a recomendar la escritura como terapia, tener un diario de duelo, donde expresar todo lo que uno siente, piensa, sin juzgarse, porque cuando uno tiene el corazón roto todo se vale para sanar, no hay emociones, buenas ni malas, simplemente vienen para que las sintamos, reconozcamos y aceptemos. Y si llegamos a un punto en que no podemos más, pidamos ayuda, en compañía todo es mejor.

Como siempre les digo aquí estoy con una oreja para una escucha sincera, unos hombros para que puedan llorar, mis brazos para abrazar y mi corazón reconstruido y extendido para alberga a quién tenga el deseo de adoptarme como integrante de su red de apoyo.

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