Las fiestas en el desierto incierto llamado duelo

Hay días en que transitar por este camino se hace más difícil. No solo por el dolor, sino también el cansancio, en especial en estas fechas de fin de año, donde la Navidad es sinónimo de pasarla en familia. Los últimos días del año pesan, ya que indefectiblemente debemos hacer un balance de cómo estamos, qué logramos y qué no. Todo esto es un escape de energía, necesario, pues es la única manera en que mirando el inventario de nuestra vida podemos visualizar que debemos hacer para avanzar.

Esta será nuestra tercera Navidad sin Dari. No les voy a mentir que en ocasiones se respira nostalgia, se la extraña, y obviamente el imaginarla aquí con nosotros, duele. Mas, con seguridad, les digo que duele mucho menos que la primera vez y menos que el año pasado. Que si bien, fue una Navidad atípica ya que estábamos inmersos en la cuarentena, restricciones e incertidumbre, lo pudimos sobrellevar de la manera en que podíamos y sabíamos, y eso estuvo bien. Sin obligarnos a sentir lo que no sentimos o hacer lo que no queríamos.

Desde que la muerte se llevó a la parte más tierna de mi familia, decidí que trataríamos de pasar de la mejor manera las fiestas, aunque eso signifique pasar solos en casa, pero sintiéndonos cómodos, haciendo lo que nos guste, llorando, riendo, o no haciendo nada, sin dar explicaciones a nadie. Estar en total tranquilidad, eso para mí es y será estar bien, otra lección que me dio el duelo.

Cuando indefectiblemente aparecen los días malos, donde la tristeza sale de su escondite y comienza a hacer su tour por todo el cuerpo, le doy un tiempo, claro que la dejo que haga su recorrido, más la limito en cuanto a la duración y eso no significa que me concentro en hacer otra cosa para ocultarla. No, simplemente me permito llorar, sentir y luego me doy un largo y tibio baño para continuar con mi vida, haciendo algo que gusta, ya sea leyendo, escuchando música, o distrayéndome con la televisión. El disfrute es tan importante como la paz, y si puedo contar con una buena compañía, pues mejor. Todo tiene un límite, incluso el día solo dura 24 horas, y es el plazo máximo que durara ese día penoso.

La ausencia se siente más en las festividades porque implica festejar, por más que el corazón tenga ganas de hacerlo, la mente se centra en el vacío. Encontrar la armonía entre ellos es el desafío. A mí me ayuda a recordar las fiestas que pasé con Dari, por más que venga cargada de cierta melancolía, a la cual trato de no dejarla crecer, prefiero darle la bienvenida a la nostalgia porque ella solo me hace derramar lágrimas de añoranza, mientras que la melancolía es muy amiga del pozo de la depresión y ahí estoy más que segura que no quiero volver.

Si están pasando por la primera Navidad sin su ser querido, entiendo perfectamente lo duro que es, mas, tengan en cuenta que ese día solo tendrá 24 horas, que hacer lo que uno quiere y le haga sentir cómodo está bien, que nadie les puede decir qué sentir, cómo y hasta donde sentir, que tampoco nadie les puede pedir que dejen de llorar o extrañar. Debemos consentirnos más que nunca ese día, darnos los gustos, mimarnos, abrazarnos y si no tenemos ganas de celebrar, pues está bien también, ya habrá otras navidades que festejar.

Hay algo que a mí me ayuda en las fechas importantes, no dejo que ningún pensamiento doloroso se extienda y ocupe el lugar del recuerdo del amor que me dejó, pues ese espacio del amor es el sitio donde Dari habita ahora, que es mi corazón. Ya su muerte no es lo primordial, sí los momentos que compartimos juntas. Prima en mi cabeza y mi alma la luz de su vida que llenó de colores nuestra existencia y no el hecho luctuoso que causó tanto dolor.

Cada festejo duele menos, lo cual no significa que no la extrañe en esos momentos, sino que su amor realmente modificó la estructura de mi corazón. Que el amor es más fuerte que la muerte, que ese dolor en realidad me va transformando, eso que en un principio pensé me destruiría, hoy mutó en mí iniciándose así la reconstrucción de una mejor versión.

Me gustaría que tengan la certeza, así como la tengo yo, de que tenemos la capacidad de salir adelante, así como estemos, rotos, remendados, hechos curuvicas, cansados, dolidos, aun así, nuestra capacidad de resiliencia es absoluta. Tengo la suficiente fe y confianza que es y será así.

Deseo que estas fiestas estén rodeados de paz, amor, confianza y fe en la vida que es el bien más preciado que tenemos y que perdió aquel que partió sin querer hacerlo. Por nosotros, por los que no están físicamente, y por los que nos rodean, disfrutemos, siempre con gratitud todo lo que nos fue concedido y siempre con la esperanza de un reencuentro en la eternidad.

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