Sé que está próxima la festividad de la Navidad. Les confieso que en mi vida siempre fue sinónimo de celebrar, y más cuando nacieron mis hijas, ya que la ilusión de los niños de esperar regalos, de adornar la casa, hace que el corazón se llene de alegría. La primera vez que me dolió la Navidad fue cuando faltó alguien que amaba esa fecha en especial, mi papá, un hombre con alma de niño. Fue doloroso no contar con su presencia, mas, lo recordamos justamente comiendo lo que le gustaba y celebrando como él lo hacía.
La Navidad sin mi mamá fue mucho más difícil, mas, pensé que sería hasta imposible sin ella. Pero lo sobrellevamos mejor de lo que esperamos, siempre recordándola y honrando su memoria, y cocinando lo que ella hubiera preparado. Después, la vida me mostró que absolutamente nada es predecible, ni sería como tal vez la planeaba, y sí se pudo poner peor, y más dolorosa aún, con la llegada de la noche buena del 2018, sin la presencia física de Dari.
Pude sobrevivir a esa Navidad, y las demás que llegaron fueron menos dolorosas. Siempre tratando de tenerla presente en cada momento, de hecho, no hay día en que no la recuerde ni extrañe, y no porque es una fecha en especial la añoranza es mayor, no siempre es con la misma intensidad, obviamente me hubiera gustado celebrar con ella, aunque sí lo puedo hacer en su memoria. Brindar que sigo aquí rodeada de quienes me aman y a quienes amo, agradeciendo todo este camino, lo aprendido y reconocerme y reconocer a los demás como suficientes para mí.
Hoy quiero volver a hacer hincapié a ciertas sugerencias que a mí por lo menos me ayudaron para sobrevivir a esa primera Navidad.
*) No obligarnos a hacer lo que no queremos, sin presiones celebrar de la manera que queramos.
*) Recordar cómo eran las Navidades y qué hacíamos con quien hoy ya no está, qué le gustaba comer, tomar o de qué manera le gustaba celebrar.
*) Tener presente que no por ser Navidad la nostalgia nos va a ganar. No, se extraña siempre y ese día también tiene 24 horas como cualquier otro, sí es un día especial, pero para recibir y dar afecto, por tanto, al tener el corazón abierto, permitámonos sentir a quién vive hoy ahí.
*) Valorar las presencias físicas de nuestros afectos, ellos al igual que nosotros son suficientes para celebrar.
Aprendí que nada, absolutamente nada puedo planear, que la vida en ocasiones es incierta, y por más planes o proyectos que tengamos ésta se desarrollará de la manera en que deba hacerlo, no como yo quisiera, o lo soné, o lo planeé. En el libreto de vida, jamás habría imaginado que debía enterrar a mi hija menor, pero pasó y sobreviví. Llegó la primera Navidad sin ella y el siguiente año y así sucesivamente las fechas significativas, y aquí estoy, siempre pensándola y amándola, con el corazón transformado por el dolor y el amor.
Hoy, quien festeja es otra persona, soy el producto de todo lo que perdí, y de lo que asimilé a raíz de ello. Me instruí en percibir de manera diferente, sin los sentidos, en tener la certeza de que Dari me acompaña desde mi corazón a donde vaya. Que mis cicatrices son marcas de varias batallas, libradas contra mi ego, mi mente, quienes se negaban a aceptar la nueva realidad. Hoy las visualizo, las reconozco y doy gracias por ellas, pues me recuerdan la intensidad de mi amor y de la resiliencia desde el interior.
La vida debe ser valorada porque es el bien más preciado que uno posee, al igual que la salud, el resto, por añadidura, podría ser considerado valioso. Por lo tanto, ésta debe ser disfrutada y celebrada cuando haya oportunidad. Ya lo decía Ernesto Sábato en su libro La Resistencia: “el ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”. ¡Así es! Se celebra la ocasión de estar vivos. Les deseo una Navidad llena de esperanza, que den y reciban amor, que tengan paz en su alma y corazón. Y sepan encontrar la luz del amor en la oscuridad del duelo, que ese amor nos guíe siempre.