Con esperanza, fe y confianza

Así como el dolor permanece perenne junto a mí, aunque más amable, más dócil, junto al vacío, me hicieron compañía y agregaban el sabor agridulce a los recuerdos de Dari. Así también la esperanza y la fe llegaron incluso cuando me había olvidado de ellas.

Esos días de aislamiento, lejos de mi país, de mis amores y afectos, no me sentí sola como el imaginario me hizo creer. Pues se creó en mi cabeza mi imagen sola y desesperada. No voy a negar que la angustia casi ganó, sumándose a la incertidumbre de cómo sería el desarrollo de la enfermedad.

Sabía que si le dejaba el camino libre estaría completamente perdida. Fue entonces que el amor de mis afectos quienes debían partir en ese momento y de los que estaban en casa esperando, me dio la fuerza suficiente para aceptar la situación, a pesar de no ser jamás lo que hubiera deseado, ya estaba aquí y debía ver qué hacer para que la situación sea lo más llevadera posible

Esa primera noche fue de limpieza profunda con mis lágrimas, que desde mis ojos arrasaron con todo hasta mis pies. Dejé que el agua salada haga su trabajo, limpiar, desinfectar, curar. Y al día siguiente con la cabeza más en calma, que era sobre lo único que tenía control, decidí hacer un viaje que me debía hace tiempo, un viaje hacia adentro, en introspección.

Tanto hablé en este tiempo sobre tenerse paciencia, sobre cuidarse, quererse para sanar, pues bien, me toco a mí esta vuelta ser protagonista de este capítulo complicado de mi historia. Y fue así que me encontré cuidando a la persona más importante en mi vida, yo. Por mí, por mis hijas, por mi esposo, y por toda esa gente que me quiere.

Todos merecemos querernos, amarnos, cuidarnos, curarnos para sanar. Para ello debemos dejar abierta la ventana para que siempre entre un rayo de esperanza, la cual secará todas las lágrimas y dará el calor justo que el corazón necesita.

Me encontré conmigo misma, abrazada al amor de mis afectos y al recuerdo perpetuo de Dari, con la certeza de que en mi corazón tenía la contención necesaria para disfrutar del presente a pesar de las circunstancias. Una vez leí una frase escrita por una mamá, quien también tuvo que dejar ir a su hijo y decía: “Gracias a la vida que a pesar de haberme sacado tanto, me ha enseñado a vivir de manera diferente”, y era así como debía hacerlo.

Así es una vez más mi maestra por excelencia, llamada vida, me mostró que otro tiene el control de todo, yo solo puedo controlar lo que siento, pienso (aun cuando hay veces que ni eso puedo, mas sigo en proceso de aprendizaje) y de cómo actuar ante ello.

Ante la angustia, la incertidumbre, me aferré a la esperanza y la contención emocional que mis afectos me brindaron, así como de ese amor incondicional que hoy danza en mi corazón, de mi Dari. Esa situación también hizo que reconociera la presencia de quién en mi fe realmente tiene el control de todo.

Se propició un encuentro bastante pospuesto, con mi fe y con mi parte espiritual. Si no hubiera reconocido que existiese ese ser que me escucha, contiene y cuida, hubiese sido extremadamente difícil el transcurso de los días del aislamiento, y tal vez habría sucumbido ante la ansiedad y la angustia, lo cual quizás desencadenaría que la enfermedad me gane.

Mas eso no ocurrió, porque ese ser que me ama y ama lo que amo, y que me estuvo esperando siempre, con paciencia como solo un padre puede hacerlo, permitió que pueda sobrellevar de la mejor manera la situación en la que me encontraba me permitió recuperar la fe no solo en él sino en mí misma, esa confianza que evidentemente estaba tambaleando desde hace un tiempo atrás y la cual la debía fortalecer a como dé lugar, y fue ese el momento justo para hacerlo.

Las conversaciones que tuvimos me recordó aquellas en las que le cuestioné la muerte de Dari, en las que renegué de él con furia, tal vez eso me faltaba también, sacar esas emociones que me agobiaban nuevamente, para poder encontrar la paz en el alma y así recuperarme, y por sobre todo reconquistar mi fe y confianza en la vida. Por eso y por todo doy gracias al Dios del amor, quien nunca me soltó, ni abandonó.

Era evidente que estaba transitando por un nuevo duelo, donde practicante en días recorrí todas sus estaciones, fui testigo de que sí se puede pasar por todas esas etapas en un solo día, en un solo momento, pasar desde la negación de la situación, al enojo, a la negociación, la depresión reactiva, para finalmente aceptar esa nueva realidad, para poder adaptarme a ella y encontrar de la mejor manera la solución de lo que me aquejaba.

Con ayuda de quienes me sostuvieron la mano,  con la esperanza, la fe y la confianza fortalecida, pude sortear esa tormenta que me azotó en el mar que venía navegando. Así sentía al principio pensaba que el naufragio sería inevitable, más llegó la calma en el momento justo y pude fluir en paz, regresando a casa totalmente renovada. Es por ello que doy gracias por esta experiencia vivida, por poder sentir el amor aun en la distancia, por haber encontrado solidaridad y empatía durante mi estadía. Todo esto me hizo reconocer que viví una vez más un milagro.

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