Muchas veces sentí que durante el proceso de mi duelo era como navegar a la deriva en un mar totalmente desconocido y oscuro. Siempre la oscuridad, presente, persistente, así, lo que percibía. Estaba abandonada en un barco grande, sola y sin las fuerzas, ni ganas suficientes para poder tomar el timón y dirigirme hacia algún lugar.
Esa sensación duró bastante tiempo. Si bien, no era la constante, así como las olas iban y venían, de vez en cuando los mareos y uno que otro síntoma, me recordaban esa inestabilidad total del cuerpo, alma y mente, la cual solo pude afrontar una vez que dejé de resistirme a ella. Debía aprender a navegar, a nadar, a salvarme, pues corría el riesgo de naufragar en ese mar de dolor y eso significaría mi final.
Es evidente que no estaba lista para que llegue ese desenlace, o por lo menos mi destino no lo permitió. Fue así que tomé la decisión de seguir, de trabajar en la reconstrucción de mi corazón, en la sanación de mi mente y alma. Me ocupé en aprender a navegar y dirigir mi barco a un puerto seguro, busqué brújulas y faros que puedan orientarme en esa travesía tan complicada y así lo pude lograr.
No fue nada fácil, al contrario, fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar, querer sanarme. Lo más dolorosamente cómodo hubiera sido quedarme encallada en el primer obstáculo, ante la primera tormenta y dejar que pase lo que deba pasar sin que haga ningún esfuerzo, no para reponerme sino para quererme. El amor es uno de los elementos fundamentales en este proceso, sin él nada sería posible. Fue mi brújula principal en este camino incierto.
Toda esta travesía no lo hice sola, pues gracias a que cuento con gente que me quiere de verdad es que pude sostenerme, fueron muletas, en su momento, luego barandales, de los cuales me sujetaba para no caer nuevamente y así hasta que finalmente pude caminar con mis propias piernas. Esas personas también estaban en mi barco, solo que el sufrimiento me dejó ciega y no las podía ver. Sé que al principio es prácticamente inevitable no tener las fuerzas, ni los sentidos amaestrados para darte cuenta de lo que ocurre alrededor, más eso luego va cambiando, se van disipando las nubes que no dejan entrar al sol y así con cada vez más luz, y en compañía todo se vuelve más afable.
Una vez tomada la decisión de sanarme, de quererme y aceptar la ayuda y compañía de los demás comienza otro trayecto, el aprendizaje, para la reconstrucción de esa mejor versión. Comenzar a sentir, validar, valorar, y aceptar lo que siento, darle nombre y lugar a cada emoción sea esta la que sea, solo así se puede avanzar. Solo así el viento será favorable para este viaje.
Finalmente, el viaje por el mar del duelo se terminó, llegué a puerto seguro, en uno donde hallé la paz, que había perdido con la muerte de Dari. Una paz que me permite mirar a la realidad de frente, tenga esta el rostro que tenga. Con esta calma continúo navegando, pero esta vez, este viaje es por la vida, donde seguiré aprendiendo, creciendo, y ayudando a quienes así lo requieran.
En esta aventura a veces muy dolorosa y otras placenteras, pude dejar que cumpla su destino la pena por la partida de Dari, esta si naufragó, se bajó de mi barco, no sé si se ahogó, no lo creo porque las penas saben nadar, no se las puede ahogar con nada, eso es algo que aprendí. Además, porque en sueños la veo que viene a visitarme, pero ya no como un verdugo, que procede a torturarme, sino acompaña a la nostalgia, de hecho, no es tan fuerte como al principio, viene pequeña, indefensa, lo cual hasta me causa ternura, porque sé que viene a recordarme lo valiosa que fue la vida de Dari y lo fuerte que fui, al no rendirme. Hoy doy gracias por todo el trayecto navegado, que me hizo la persona que soy.